miércoles, 2 de noviembre de 2022

miércoles de la llamada del vacío

choqué con un tráiler en camino a mi primer entrenamiento de Olimpiada de Matemáticas. 

era un taller en el Tec de Monterrey, donde estudié la prepa, que en ese entonces daba Jacob, luego dio Miguel, y por varios años di yo hasta que ya no me renovaron, que es una lástima porque mi suscripción institucional a Microsoft Office acaba de vencer hace seis meses. 

yo tenía unos quince años y permiso de mis papás, más permiso de manejo del H. Ayuntamiento que había tramitado en el verano, iba en un Mercury Mystique automático color arena que creo que mi familia le compró a los papás de Tavo cuando se mudaron. 

(en el curso para tramitar el permiso, recuerdo que nos preguntaron maneras en que el clima, en particular el clima frío, puede empeorar las condiciones de manejo; yo contesté que se empañan los vidrios, disminuye la visión, las calles pueden estar resbalosas... la respuesta correcta era que la chamarrota que usamos nos hace más torpes al manejar. el día del examen práctico el oficial instructor medio se dio cuenta que yo ya más o menos manejaba sin permiso y en lugar de hacerme dar un recorrido programado en el Parque Tangamanga II, aprovechó el tiempo para que lo llevara al centro a dejar unos papeles y recoger su comida de la cocina económica. me pidió que me estacionara en lo que hacía sus trámites y para cuando terminó yo seguía fracasando épicamente con un espacio veinte centímetros más largo que el coche; eso no afectó el resultado del examen.)

(una vez, metiendo el coche a la cochera, me llevé la bomba de agua con todo y tubería. no sé cómo hice que cerré una llave para que dejara de aventar agua y hacer como si nada; mis papás salieron de viaje ese fin de semana y yo gasté lo del súper que me dejaron en llamarle a un plomero. la primera vez que me llevé el coche a la escuela estaba tan nerviosa que lo estacioné tan mal que para el final del día mi colegiatura había aumentado en exactamente una multa de tránsito escolar que no sabía que era algo que podía pasar.) 

esa vez choqué con un tráiler con lo que quiero decir que yo intencionalmente hice contacto con un enorme vehículo de varias toneladas en movimiento, porque interpreté equivocadamente una señal para rebasar y me vi frente a frente con otro coche inocente, y decidí chocar con el tráiler como la solución a un problema de trolebús donde todo había sido mi culpa. eso ocurrió hace aproximadamente veinte años; ese pedazo del libramiento ahora tiene semáforos y al menos un carril más, además de varios edificios de departamentos que hubieran disfrutado el espectáculo de verme aprender a manejar. el tráiler me pitó y prendió las luces pero creo que sabía que la peor parte me la había llevado yo, con lo que quiero decir que el tráiler quedo intacto y el Mystique tenía ahora una abolladura justo arriba del tanque de gasolina. el operador aceptó el movimiento de la palma de mi mano como explicación y pago y manejé hasta la escuela pero, si no me equivoco, la adrenalina, culpa y ansiedad que sentía era sofocante y no entré al curso, así que esta no es realmente la historia de mi primer entrenamiento de Olimpiada de Matemáticas. 

(a lo mejor sí entré y solo no recuerdo nada.)

ese año no quedé en la selección estatal, pero mi entonces novia sí. cuando ella estaba en el Concurso Nacional, después de que terminó sus exámenes, tomé un camión y la fui a visitar a Guanajuato. este periodo de tres o cinco años desde mis catorce hasta mis diecinueve es muy borroso en mi memoria en el sentido de que no recuerdo por qué mis papás me dieron permiso de agarrar un camión sin supervisión adulta, viajar a un lugar que no conocía, donde no conocía a nadie, y quedarme una noche sin que ellos supieran en dónde. (me quedé en el Motel Maxim, que creo que a la fecha está cerca de la Central del lado de la salida de la ciudad, que afortunadamente es el mismo rumbo del Holiday Inn Express donde se celebraba el concurso.) supongo que traía un teléfono celular para avisar que había llegado y preguntarle a Daniela que si la podía ver (porque persona romántica que soy, todo era una sorpresa muy mal planeada.)

(el Concurso Nacional es cada año a mediados de noviembre, no tengo ni idea de por qué no tenía clases.)

nos vimos quizás dos horas, a orillas de la carretera y la glorieta Santa Fe, antes de que tuviera que regresar al hotel. yo tomé un camión que decía Centro y me perdí por horas en una ciudad oscura, sucia, enorme y horrible que llamaría hogar por los siguientes diez años. un par de meses después, el año siguiente, la Olimpiada me llevaría a Guadalajara, al Concurso Intercampus que gané pero sentí vacío, porque las reglas no permitían que participantes que acababan de ir al Nacional --como mi entonces ex novia-- participaran en el Intercampus. para noviembre del siguiente año me llevó a Ixtapan de la Sal, Estado de México, como parte de la selección estatal.

(yo sabía muy poco de matemáticas y mucho menos de la importancia del concurso. me salí del primer examen después de aproximadamente tres horas, pedí prestada una pelota de fútbol en la recepción del hotel y la volé por encima de la barda. la tuve que pagar.)

dos años después, me llevó a Zacatecas, como parte de la selección, pero ahora parte del equipo de entrenadores. en el transcurso del año me llevó un par de veces hasta Tamazunchale, donde me tocó dar un par de cursos previos al Estatal en la Escuela Secundaria General Justo Sierra Méndez --solo se me ocurre que me tocaba la sede más alejada de la capital, unas siete horas en camión, porque era la persona más joven en el equipo. 

(en abril de ese año me "llevó" a Guanajuato, donde vivía, al Curso para Entrenadores. convencí a Pablo y Miguel de que era muy sencillo agarrar aventón afuera del Templo de la Valenciana --donde estaba mi Facultad de Filosofía, Letras e Historia-- hasta San Luis Potosí. después de pasar más o menos una hora sin éxito, agarramos un Flecha Amarilla hasta el entronque de San Luis de la Paz, donde pasó más o menos otra hora hasta que conseguimos el segundo aventón: Mila, entonces presidenta de la Olimpiada, iba rumbo a San Luis a visitar a su hermano. la mala imagen que pudimos haber dado en esa ocasión se confirmó un par de meses después, cuando ahora íbamos a cargo de seis estudiantes menores de edad.)

el año siguiente me llevó primero a Colima, a la primera ONMAPS --entonces ONMAS-- en la que participamos, en una Van que nos prestó Colegio de Bachilleres, y luego a Saltillo, al Concurso Nacional de noviembre, en camión. yo viajaba a cargo de la delegación e hice mal todo lo que se podía hacer mal, empezando por registrar al equipo en un orden distinto al que habían sido pre-registrados, cosa que no descubrimos hasta que dijeron los nombres equivocados en la ceremonia de premiación. (no sé por qué ese error fue posible, con sinceridad.) supongo que nos perdonaron algunos crímenes porque ese año terminamos en quinto lugar, lo más alto que habíamos conseguido en la historia. cuando terminó el concurso, unas muy dudosas Mila y Ana aceptaron nombrarme Delegado por San Luis Potosí; tenía diecinueve años, estudiaba Letras Españolas en un estado distinto y no tenía apoyo institucional. 

(para que Colegio de Bachilleres aceptara patrocinar el viaje, dedicamos varios fines de semana a darle cursos a sus profesores, que fue la manera en que conocí por primera vez los planteles cero uno, cero tres y cero seis. yo salía de clases el viernes a las doce del día de Guanajuato capital, viajaba a San Luis a dar el taller en el Tec de Monterrey, pasaba a recoger a Luis y en alguna ocasión a Michell o Alfredo, y agarrábamos carretera hasta Ciudad Valles, a donde llegábamos a veces pasada la media noche. dábamos seis horas de curso al día siguiente y viajábamos de regreso. esto se volvió mi rutina de fin de semana por varios años, para tratar de ganar el favor a veces de Colegio de Bachilleres, a veces de la Dirección de Secundarias Generales de la Secretaría de Educación. cuando organizamos la primera Olimpiada de Otoño, en el lejano año de dos mil once, viajamos el viernes en la noche Luis, Mónica y yo hasta más o menos Ciudad Valles, compartimos una habitación grande en un hotelucho de carretera que obviamente no habíamos reservado; al día siguiente muy temprano dejamos a Mónica en Axtla, a Luis en Matlapa, yo me seguí hasta Tamazunchale y luego todo de regreso. cuando se nos vino encima la ONMAPS un año después, organizamos lo que llamamos Math Idol, donde celebramos exámenes y audiciones para cientos de niñas y niños de primaria y secundaria en San Luis Potosí, Ciudad Valles y Matehuala en fines de semana consecutivos; en cada sede pasábamos horas entrevistando chamacxs y podía ser tan largo y era tan mala nuestra fortuna que Luis fue regañado por su héroe de la infancia de Canal 13 porque no llegaba el turno de su nieto.)

el Concurso Nacional el año siguiente fue en Guaymas, Hermosillo. tuvimos la brillante idea de viajar en camioneta, desde San Luis Potosí. hicimos más de día y medio, pasando una noche en un horrible hotel (?) afuera de Culiacán, al que llegamos a una hora que no es posible que fuera segura. el año siguiente viajamos a Campeche, pero esta vez viajamos en avión. 

(me encontré con el resto del equipo en el aeropuerto de Toluca, la madrugada del domingo; ellos viajaron en camión a cargo de Luis y yo venía de la Ciudad de México porque la noche anterior había visto a The Killers en el Palacio de los Deportes y conseguí aventón hasta el aeropuerto. un detalle: me había fracturado el tobillo el viernes en la noche, en la fiesta que celebrábamos cada año para despedir a la delegación; viajaba con yeso y muletas.)

un año después en Ensenada anunciamos que la siguiente reunión sería en nuestra casa: San Luis Potosí. no tengo idea de cómo hicimos para conseguir el dinero para pagar todo eso y me dan ganas de vomitar de la ansiedad que me da solo pensarlo.

(un par de anécdotas: para el domingo de bienvenida yo me sentía tan mal de somatizar tanto estrés que estaba tomando jarabe Vick para la tos directo de la botella --en grandes cantidades es mucho más fuerte de lo que creía. el primer día de examen fui a la Cruz Roja a que me recetaran algo y me fui dos horas a mi casa a dormir. (el año siguiente en Guanajuato repetí la siesta, desatando la ira de Geraldine.) es extremadamente posible que la gente de la Universidad Autónoma no nos esperara para la cena de aniversario que celebramos el jueves de esa semana, lo cual me lleva al consejo más grande e importante que puedo dar sobre la organización y gestión de eventos: Si haces como que perteneces ahí y empiezas a dar órdenes, nadie te va a decir que no. el mero día de la premiación descubrimos que el Auditorio que habíamos pedido no estaba apartado, así que tuvimos que improvisar y movernos varios kilómetros más lejos. el domingo, cuando todos se habían ido, fuimos a desayunar gorditas con Mila afuera de Morales. el vitiligo segmentario que marca mi cara y cabello me empezó a salir ese año, primero como un pequeño punto blanco en mi ceja izquierda. en más de una ocasión desperté en Guanajuato, tomé mi primera clase --entonces en CIMAT-- manejé hasta San Luis para asistir a una reunión en Secretaría y manejaba de regreso hasta Guanajuato para mi última clase.)

(mi récord San Luis - Guanajuato - San Luis se dio más o menos por las mismas fechas, exactamente una noche antes de que saliéramos rumbo a Comitán, Chiapas, para una ONMAPS. ese viernes, cuando viajé de Guanajuato a San Luis, olvidé mi carpeta con todos los documentos para la inscripción de los participantes que por alguna estúpida razón me había llevado conmigo. el entonces delegado de Guanajuato declinó hacerme el favor de llevármela a Chiapas argumentando que esa era mi responsabilidad --lo cual es cierto--, así que por ahí de las nueve de la noche me subí a mi confiable Renault Clío, manejé hasta Guanajuato, subí hasta mi casa en Guamúchil, agarré la maldita carpeta y manejé de regreso hasta San Luis, llegando por ahí de las tres o cuatro de la mañana a mi casa. a las siete de la mañana teníamos un evento en la Apostólica para despedir a la delegación y yo llegué raspando porque me había despertado unos cuatro minutos antes.)

no recuerdo problemas extras cuando viajamos a Huasca, Hidalgo. la verdad, ya no puedo recitar la sede de cada concurso como lo hacía antes, muchos de estos años están perdidos en mi memoria y me cuesta trabajo distinguir lo que pasó hace veinte años de lo que pasó hace quince o hace diez. en algún otro momento también me llevó a La Paz, a Culiacán (al menos tres veces), a Mazatlán, a Guadalajara (¿dos veces?), a Mérida (al menos dos veces), a concursos nacionales en Oaxtepec (¿tres veces?), a un hotel en la costa de Acapulco, a dar cursos en Oaxaca (unas seis veces le calculo), a motivar un golpe de estado en Tuxtla Gutiérrez, a entrenar en San José del Cabo, a entrenar en La Laguna, a entrenar en Tepic, a entrenar en Culiacán, en Colima (de nuevo), en Cuernavaca, en Celaya, en Querétaro, a Gómez Palacio en Durango, a Jerez de García en Zacatecas y, todavía más lejos, a Concepción del Oro. nada más en San Luis me ha llevado, en ningún orden particular, a Cedral, Matehuala, Ciudad del Maíz, Ahualulco, Rioverde, Ciudad Valles, El Naranjo, Tamasopo, Tamuín, Axtla de Terrazas, Matlapa, Tamazunchale, Cárdenas, Tanquián de Escobedo y Aquismón. no sé cómo terminé dando cursos en el Cbtis de San Felipe, Guanajuato por un semestre. 

ya cerca del final, recuerdo las siguientes cosas: 

  • en Mazatlán me tocó cubrir improvisadamente el espacio de Toño en el Congreso Nacional de Enseñanza de las Matemáticas de la ANPM. yo llevaba algunas props como cartas, fichas y cartulinas y más o menos improvisé algo de según yo matemagia. 
  • en Tuxtla Gutiérrez perdí mi avión de regreso. Sergio me llevó a mí y a Esteban a desayunar tacos de cochito y pozol. el tráfico fue mucho más de lo que esperaba y el avión ya no estaba cuando llegamos. Sergio pagó el boleto de repuesto porque a mí me hubiera arruinado financieramente por década y media. 
  • en la ONMAPS de la Ciudad de México hubo algunos imprevistos con la organización y el transporte. resulta que la tradicional amenaza de "Los camiones se van sin ti" fue cumplida, y tuvimos que escoltar en Metro a varios chamacos tardíos (abandonados por la organización y sus equipos) desde el hotel hasta el Politécnico.
  • estábamos abordando los camiones Primera Plus rumbo al Concurso Nacional de la Ciudad de México (esto fue dos mil nueve, creo, mi última vez) cuando descubrí que había comprado los boletos para ayer, es decir, los papeles que teníamos en la mano valían absolutamente nada. tuve que comprar boletos nuevos para toda la delegación y no comer durante dos meses.
  • cuando las cosas se pusieron un poco más difíciles en San Luis, cerca de mi cumpleaños veinticinco, Yogui y César me ofrecieron --por separado pero al mismo tiempo-- irme a trabajar a Monterrey; acepté los dos trabajos. trabajaba una semana con Yogui en el CARA de la calle Australia y una semana con César en García, Nuevo León; en Monterrey vivía en casa de Gato y me da mucha vergüenza confesar que no le pagué renta por los dos meses que viví ahí, mismos que tampoco me pagó el CARA. las primeras dos o tres semanas hasta que me pagó César yo no tenía ni un peso para vivir; sobreviví con lo que sacamos de vender boletos para el Festival Hellow que había comprado meses antes, cuando todavía tenía dinero. Yogui y yo pensamos que sería buena idea alternar una semana y una semana, de manera que nos tocaba dar doce horas de clase al día, a doce grupos distintos desde primero de primaria hasta tercero de secundaria; sin ponernos de acuerdo, renunciamos el mismo día. choqué mi amado Clío un sábado que iba a la Facultad a ver al equipo de García, los Irracionales, competir en el Torneo Matemático. nunca me acostumbré a manejar en Monterrey y simplemente no alcancé a frenar en una salida; fue pérdida total. 
  • viviendo en Monterrey, me pidieron de Aguascalientes si podía ir a dar un curso para entrenadores y felizmente acepté --me pagaban. después de más de un mes de coordinar el curso, estaba yo en el banco un viernes cuando me llamaron que dónde estaba. verán: el curso empezaba ese día y no la siguiente semana, como yo creía, a pesar de haber contestado un correo dos días antes "Los veo el viernes". con toda la vergüenza que me quedaba admití que me iba a costar mucho trabajo llegar ese día, corrí a agarrar mi computadora y dos cambios de ropa, le pedí a Esteban que se hiciera cargo de la aplicación de la Cotorra a la que me había comprometido el día siguiente, y salí rumbo a Aguascalientes, llegando por ahí de las dos de la mañana. les quedé a deber un día de curso que pagué un par de meses después. me invitaron a comer unas alitas después del curso y en el viaje de regreso me dio tanto sueño que me detuve en la gasolinera después de la mini caseta de cobro y me dormí por dos horas en el coche, que tiene que decir algo sobre mi crecimiento y madurez. 
  • cerca del final del primer año, la empresa de César consiguió un buen contrato con el gobierno estatal para dar cursos previos al PLANEA. conseguimos refuerzos de todas partes y me tocó coordinar la parte Oriente (?) de la ciudad. todos los días por dos semanas (?) me tocaba repartir y recoger gente en distintas escuelas perdidas en suburbios gigantes de interés social en medio de la nada, manejando unos cincuenta kilómetros diarios en el recorrido, incluyendo ocho horas de clases en tres escuelas distintas. comía sardinas enlatadas que compraba de un Soriana Express cerca del hotel en los diez o veinte minutos que tenía libres llegando a cada escuela. es uno de los trabajos mejor pagados que he tenido.
  • poco después me lastimé la rodilla. según todos los doctores que fui a ver, iba a necesitar cirugía; la tercera en mi pierna izquierda, la primera en la derecha para aprovechar la anestesia general. necesitaba dinero y el curso de César había ayudado mucho, pero no era suficiente. del cielo me cayó otro curso en Tepic, semanas antes de la ONMAPS, para definir y entrenar a su equipo. es la segunda vez que viajaba a Tepic a dar curso, pero esta vez la hice con muletas en la cajuela, sin poder mover mi pierna izquierda más que arrastrándola o empujándola con la derecha. 
  • después de la operación viajé a Culiacán a entrenar al equipo de primaria rumbo a la IMC. viajamos el día de mi cumpleaños y yo hacía mis ejercicios de rodillas en los descansos; ese iba a ser mi último entrenamiento porque la deuda de la rodilla me había obligado a buscar un trabajo --cualquier trabajo-- y terminé en un escritorio por ocho horas al día.
eso es casi lo último que recuerdo, y pasó hace casi tres años. hoy estoy en ese trabajo otra vez, aunque apenas llevo tres meses. el último vehículo en la historia no es el Mystique de mis papás que devalué enormemente, la Jeep Liberty roja de mi mamá cuya llave perdí una vez en un Cervantino, ni la Toyota Rav4 de mi papá que me llevó sesenta veces a la Huasteca esos primeros años, mi amado Renault Clío blanco al que le rompieron una ventana en Guanajuato tres veces distintas usando un adoquín de la calle para sacarme el estéreo --la roca gigante viajó en el coche por años después de la segunda, fue robado junto con el estéreo después de la tercera--, al que le metí más de cuarto millón de kilómetros en diez años, ni mi Trax azul que compré con el dinero del seguro y de un proyecto de Copocyt. tampoco es ninguno de los taxis que abusó de la tarifa nocturna a la que llegaba a todas partes; no es ninguno de los vuelos Volaris que es lo único que parecía alcanzarnos, ninguna de las camionetas rentadas o prestadas, ninguno de los camiones que siempre son más incómodos para viajar de noche de lo que quieres recordar. 

no, el último vehículo es una bicicleta, rentada en muchísimos Rands, en la que recorrimos el malecón de Durban de arriba abajo varias veces, ignorando las ganas de pedalear hacia el mar y ya no salir, sabiendo que la llamada del vacío siempre puede esperar.

martes, 19 de abril de 2022

martes de escribir

cuando tenía quince años estaba seguro que sería escritor. escribía un montón de piezas horribles, pero escribía. recuerdo, por ejemplo, una noveleta costumbrista y mágico realista al mismo tiempo, en la que enamoraba a Beatriz con descripciones exageradas de paisajes idílicos y un viaje al rancho de mi abuelo cuando ni siquiera sabía manejar. escribía poemas como si me pagaran, con este estilo de prosa libre que no se me ha quitado porque no es una etapa, mamá, que no rimaban pero según yo tenían ritmo, porque me parecía espantoso rimar ella con estrella con más bella --y eso no ha cambiado. otras veces que jugaba con la forma que quiere decir que alineaba a la derecha en Word, 

alineaba al centro,

ahora me ves,

ahora no me ves. 

innovador. escribía una newsletter que enviaba a mis amigos de la prepa porque acababa de descubrir a Jorge Ibargüengoitia y era como mi columna semanal. recuerdo que me conmoví de saber que las guardaban hasta que me señalaron que yo pedí que lo hicieran en la primera entrega. escribía pequeños cuentos cortos que mi tía Ceci leyó una vez en la cena de navidad, abusando el único recurso humorístico que tengo a la fecha: construir expectativas que romperías en el último 


conservo muchos de los archivos digitales, en una carpeta que desde siempre se ha llamado escribiciones, en minúsculas, manía que tampoco he superado. ya casi a mis dieciocho, apresurado en parte por la envidía que me carcomía de que mi papá hubiera pagado una edición de un escrito de mi hermana y fuera referida como la escritora de la familia, terminé la que oficialmente llamaría mi primera novela, un bodoque de ciento veinte páginas --porque era el mínimo para enviarla a concursar al Aguascalientes-- que era como haber tomado varias de las cosas que había escrito hasta entonces y amarrarlas juntas aunque no tuviera coherencia; escrita a trancos no tanto por El Llano en Llamas sino por Green Grass, Running Water que me había prestado Silvia que la pusieron a leer en su semestre en Calgary. Comosellame fue leída por aproximadamente cuatro personas y recuerdo dos de las críticas:

No entiendo por qué el papá del personaje está muerto 
si eso no es importante para su personaje.
--mi papá

Todos somos Alejandro
--Daniela

no necesito decir que no me gané una impresión gratuita aunque la consideraba una obra maestra, mucho mejor que La Tumba de José Agustín, por decir algo. tampoco, inexplicablemente, recibí noticia de los múltiples concursos a los que la envié --mi pseudónimo, presuntuoso, lo revelo aquí: Juan Aniv de la Rev-- pero que supone que al menos otras dos personas las leyeron. debí haber empezado otra docena de escritos que nunca terminé; recuerdo, por ejemplo, Avenida del Lago, un recuento hiperbólico de aventuras que vivía con mis amigos de la primaria y secundaria, bañadas de realismo mágico y más tretas de la forma. todo sucedía en una casa ficticia vecina a la casa donde crecí, en Avenida del Lago, aunque la mayoría de las cosas habían sucedido realmente* en la calle de Mau Leos, porque nada pasaba en mi casa. también recuerdo cuando decidí emprender mi siguiente proyecto: una enorme obra de realismo mágico --más-- que pretendía explotar el fin del mundo predicho por los mayas para el año dos mil doce --que estaba por pasar-- y un dato curioso que no he podido verificar pero que estaba seguro que había leído en algún lado: que el calendario maya iniciaba el doce de agosto del año tres mil ciento catorce antes de cristo, es decir, que el día que yo cumpliera cien años --un siglo-- la tierra cumpliría cinco mil doscientos --como un siglo maya eran cincuenta y dos años, era un siglo de siglos. me propuse --porque era ya un escritor-- hacer investigación, es decir, fui a Librerías Gonvill en el centro y compré un carísimo libro sobre los mayas con muchas fotos que no he terminado de leer. lo que recuerdo del primer capítulo es que el personaje principal estaba de vacaciones con su papá --que no iba a matar dos veces-- y tenían un accidente en carretera a orillas de la selva, que transportaba a nuestro protagonista al mundo mágico de los antiguos mayas --mi abogada me recomienda decir que no había visto El Camino a El Dorado entonces.

ahora que estoy por cumplir treinta y cinco, la verdad no estoy tan segura. para empezar, soy una persona distinta, como sutilmente quise señalar con la concordancia número y género. segundo, ahora entendería una historia sobre los mayas como bastante explotativa de una tradición y cultura que no tienen nada que ver conmigo, a la que no pertenezco y de la que sé absolutamente nada más allá de haber visitado un par de zonas arqueológicas en vacaciones --sin mencionar que cada vez que he vuelto a buscar el dato, la fecha que me arroja es once de agosto, no doce. sobre todo, he escrito poco. lo intenté durante varios años de universidad, tratando de mantener vivo este blog donde me lees, saltando de enamoramiento a enamoramiento y de decepción a decepción con prosa libre, ritmo que no sé si alguien más entiende, paredes de texto completas. he escrito varios cuentos cortos, mucho menos Cien Años de Soledad y mucho más La Invención de Morel o El Libro de Arena --o eso pretendo, vaya. irónicamente, ahora tengo varios libros publicados --once, más o menos-- cortesía del Departamento de Matemáticas de la Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de Guanajuato. 

pero ya no escribo. tengo ideas que mastico por días, por semanas, a veces, como este texto, por años antes de plasmar. hay noches que me duermo con la computadora a un lado y la pantalla en blanco, porque no me decidí a escribir y solo lo pensé y lo pensé y lo pensé. cuando por fin me siento, como ahora, el texto puede salir así, completo, en media hora en lo que veo el juego dos entre Memphis y Minneapolis e intento ayudar a Yareli a hacer preguntas para su concurso de trivia. no hay trabajo de edición que le gane a mi capacidad para sobrepensar las cosas. este texto es afortunado, pero muchos otros quizás no vean la luz del día: un pequeño cuento sobre una ciudad en la que te hacen una enorme fiesta a los dieciocho y te mandan a la gran ciudad donde pasas tu vida entera en la fila para algún trámite; una historia absurda sobre un detective que intenta convencer al mundo de que Conan O'Brien, el presentador de televisión y anfitrión de podcast, es un asesino serial, basado en las múltiples veces en las que ha confesado crímenes ficticios en el programa; una secuela de Mi Pobre Angelito que le haga justicia a las dos originales, siguiendo a Kevin como adulto y, sobre todo, como padre, tratando de superar lo que vivió como niño, hacer las paces con su familia, cuando su mamá reúne a la familia porque van a vender la casa --qué difícil es escribir historias de los noventas en los tiempos del celular; una serie de ensayos sobre Ted Lasso, con el formato que experimentó Shea Serrano en Where Do You Think We Are? sobre mi serie favorita. creo que es fácil ver por qué algunas de estas cosas no las termino, pero hay otras que juro que son buenas o que pospongo porque falta una temporada o porque no he terminado Bird By Bird o porque tengo trabajo o porque la idea no se ha formado completa en mi cabeza. en cambio, empiezo pero tampoco termino un libro sobre trigonometría, sobre geometría analítica y cálculo y cálculo, tratando de explicar con claridad todo lo que está detrás, varios cuadernillos de olimpiada de matemáticas que junten lo que he enseñado por años, un enorme libro de teoría de números, otro de combinatoria, otro de áreas y geometría, uno para empezar a entrenar peques, otro con mis problemas favoritos de todos los tiempos... pero eso tampoco acabo. y sí he querido. en los tiempos en los que vivimos decidí inscribirme al taller de escritura de Alaíde y juro que me puse a escribir. trabajé mes y cachito en una historia de un par de chicas trans, una llamada Barbie, que tiene parte de las cosas que yo viví al principio y que me dan risa, pero contadas como confesión en estación de policía porque las chicas son asesinas seriales de asesinos, es una venganza y yo creía que le gustaban mis capítulos a Alaíde pero no le avanzo porque solo tengo esa idea y no sé cómo llevar al personaje aquí o llevarlo allá, no sé cómo ocurren las cosas porque solo tengo palabras o frases que me gustarían, tengo un personaje, tengo una situación pero no hay una historia completa y me repito que a lo mejor es que no he vivido todavía y por eso no tengo cosas que contar y pienso y escribo y me detengo porque ahí está la idea que me gusta y sé cómo empieza y sé qué dicen y luego

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