miércoles, 30 de marzo de 2011

miércoles de un cuento que debía

duermo muy cerca de mis libros. en San Luis como en Guanajuato, mis cuartos son mitad biblioteca. en casa de mis abuelos en Guadalajara mi cuarto normalmente es la biblioteca. cuando era niño casi siempre dormía en casa de mis primos, o dormíamos todos en casa de mi abuela haciendo fuertes. por un tiempo, mi cuarto fue el cuarto que ahora es de Rodrigo -y probablemente lo era antes- y más de una vez he dormido en el cuarto de Nel, ahora que estuvo tanto tiempo en Oaxaca. el semestre pasado que estuve haciendo mis viajes para ver al psiquiatra y comprar donas, dormí en el cuarto que muchísimo tiempo fue el cuarto de costura y manualidades de mi abuela, donde desde hace poco más de un año está la cama que era de mis abuelos. pero donde más me gusta dormir es en la biblioteca. duermo en un sillón grande en el que desde hace rato ya no quepo bien y casi siempre amanezco en el piso, donde sí me puedo estirar.

avanzada la noche siempre me despiertan unos susurros. aunque nunca he preguntado, tampoco nadie más que duerma en la biblioteca conmigo me ha dicho que los escucha. cuando era niño creía que eran fantasmas. después de la primera comunión, me imaginaba que podían ser ángeles o demonios. después crecí un poco y pensé que podían ser alienígenas. a los quince años decidí que eran ya muchos años de teorías que no creía para entonces y simplemente me ganaba la curiosidad. en todos esos años, lo único que había hecho era escuchar los susurros y ponerme a imaginar qué podría ser. entonces decidí que era momento de hacer algo. 

para ahora, seguro la fuente de los sonidos debe ser obvia. los susurros siempre han provenido de los libros. me levanté y, después de verificar que no hubiera ángeles, demonios, alienígenas, fantasmas, vampiros ni tele encendida, empecé a seguir el origen del ruido. los susurros eran los libros. no era, como en algunas caricaturas que vi de niño, que los libros cobraran vida y empezaran a tener fiesta; no tenían conversaciones entre ellos ni sus personajes cobraban alguna existencia digamos visible y se mezclaban sus historias, nada de eso. mucho más sencillo pero no creo que menos impresionante: cada libro empezaba, al mismo tiempo y desde donde se había quedado la noche anterior, a recitar lo único que saben, todo lo que son, cada una de las palabras que los componían. algunos lo hacían en una sola voz de narrador omnisciente, otros en orquesta de diferentes tonos y melodías, los atlas lo hacían cartográficamente y los almanaques siempre cronológicamente. los manuales de neurolingüística y las obras de B. F. Skinner exponían sus teorías junto con las de Charles Darwin; las aventuras de Sherlock Holmes alternaban palabra con los cuentos de Dickens, una copia de la Historia de las Indias de Bartolomé de las Casas murmuraba su versión casi nunca escuchada. varios libros muy grandes llenos de reproducciones de grandes obras del renacimiento y clásico se mantenían muchas, pues no son capaces de describir sino sólo recitar los pies de foto. la colección de sepan cuántos hablaba en orden, todos escuchaban atentos a que uno terminara para empezar el siguiente. los diccionarios recitaban al centro y en voz muy fuerte, con toda la convicción de Adán bautizando animales; las enciclopedias, mucho más eruditas, usaban un tono que parecía corregir en susurros al diccionario incompleto. escuchando con más atención me parecía que había libros que se peleaban, que tenían acaloradas discusiones línea a línea.

intenté durante el último verano que pasé entero en Guadalajara -antes de que entrara a la Olimpiada de Matemáticas- ponerles algo de orden. quise que se escucharan unos a otros para que conocieran más que la realidad a la que estaban destinados, de la que no podían escapar. nos tomó mucho tiempo a todos -sobre todo a ellos, que son muchos- ponernos de acuerdo; lo importante era el orden, que para todos era un sinónimo de jerarquía. decidimos encontrarnos en el punto medio y usamos la Clasificación Decimal de Dewey para tomar turnos: primero obras generales, filosofía y psicología, por la mitad la lingüística seguido de las ciencias puras y al final la literatura e historia. fue glorioso, la biblioteca entera era un foro de media noche para mí y los libros: tengo la fortuna de conocer muchos libros no por haberlos leído sino de primera mano, en boca de ellos mismos.

aunque algunas veces tuve que ir contra la primera regla de bibliotecología y retirar libros y volveros directamente a su estante, para no extrañar decidí sustraer unos cuantos para traerlos a Guanajuato y que me arrullasen en la noche. por mucho tiempo he escuchado Poems and selected Sermons de John Donne y Sonnets de William Shakespeare, en perfecto inglés, noche tras noche. la última vez que visité la biblioteca, mis queridos libros estaban por dar su primera vuelta entera, pues a mediados de los ochocientos ochenta y dos Pride and Prejudice de Tolstoi resonaba entre los estantes y se escuchaba perfectamente por toda la casa.
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