viernes, 27 de agosto de 2021

viernes de fútbol

creo que siempre he querido jugar fútbol. es una afirmación extraña porque en mi casa realmente no se ve fútbol ni se juega; mi papá pone los partidos de la Selección para quedarse dormido y despierta de vez en cuando para preguntar si ya perdieron estos maletas. quizás fue una exposición temprana a Oliver Atom y los Súper Campeones, alguna que otra memoria agradable del Mundial de Estados Unidos '94 (recuerdo el gol de Marcelino Bernal para empatar con Italia, recuerdo la celebración de Bebeto meciendo la cuna, recuerdo que mi tía Rosi decía que el búlgaro que nos anotó el último penal para eliminarnos se parecía a su entonces novio y recuerdo haber ganado según yo casi mil pesos apostando a que Brasil saldría campeón con dinero que encontré en el sillón donde mi abuelo solía tomar su siesta) aunque, como cualquiera persona de mi generación, todavía podría llorar con los partidos de Francia '98.

la cosa es que nunca se me ha dado eso de jugar fútbol. en el Kinder creo que alguna vez fui el capitán del equipo, de donde espero deduzcas que éramos un muy mal equipo. recuerdo que un día me escondí en el ropero del pasillo de la casa para no ir a un juego un miércoles por la tarde, porque seguramente íbamos a perder otra vez. en mi último año, jugamos un pequeño torneo en la escuela donde estudiaría la Primaria y la Secundaria, y nada describe mi estilo de juego como la manera en la que presentaron a mi equipo al final, para entregarnos un pequeño reconocimiento por haber participado: "Este equipo no tiene puntos y no anotó goles." al final de uno de los partidos metieron de cambio a mi hermana menor y el equipo mejoró exponencialmente (aunque cero a la ene sigue siendo cero).

en la Primaria entré al equipo y ahí conocí a algunos de los amigos que mantengo hasta la fecha: en el equipo de fútbol. la cosa es que nunca se me ha dado eso de jugar fútbol: en seis años de primaria jugué en todas las posiciones: defensa, medio, delantera, portero, por el centro, por la izquierda, por la derecha. jugaba en la posición donde había faltado un jugador y cuando no había otro suplente. en un partido que íbamos ganando ampliamente, el portero estaba tan aburrido que preguntó si podía subirse a intentar meter un gol. yo --entonces jugando en la defensa y creyendo firmemente que los defensas se quedan a proteger la portería-- montaba guardia en la orilla del área grande --porque así dicta la táctica-- así que fui elegido para ser portero suplente. cambiamos jersey, me puse los guantes y la jugada de mayor peligro que tuve se dio cuando casi meto un autogol tratando de despejar desde mis manos.

volví a jugar en la portería cuando el titular se lesionó, varios años después, porque preguntaron quién había jugado de portero antes y contesté que yo. no preguntaron si había jugado bien, pues.

creo que anoté unos diez, tal vez doce goles oficiales en seis años de carrera en la primaria. anotaba pelotas rebotadas en tiros de esquina, con el muslo, con la espalda, con la parte de arriba de mi cabeza porque me daba miedo cabecear con la cara. si anoté alguno con un disparo, no lo recuerdo. pasé la mayoría de los juegos en la banca, siendo un contraejemplo viviente a los constantes discursos del entrenador sobre cómo supuestamente "Juegan los que vienen, los que entrenan, los que llegan temprano. Las estrellitas no juegan". 

por algunos años mi mamá me decía algo sobre un "defecto genético" en las rodillas que no comprendí en realidad hasta la secundaria, cuando crecí unos cuantos centímetros y entonces fue evidente. creo que fue la primera vez que compramos muletas, porque de vez en cuando la rodilla se me inflamaba tanto que no podía caminar. me lastimé en la secundaria, me lastimé en un entrenamiento tratando de ganarme un lugar en el equipo de la prepa, me lastimé en los partidos de fútbol rápido que jugué en la universidad y probablemente me lastimé también la última vez que intenté patear una pelota. (hoy, tres operaciones después, creo que quizás ya no me lastimaría --al menos no igual. con un par de años de hormonas encima y sin ejercicio constante, ya ni sabría cómo es.)

así, como la mayoría de las personas, pasé de jugar fútbol casi todos los días, todos los recreos, todas las tardes y todos los sábados en la mañana, a jugarlo de vez en cuando, a jugarlo nunca. mis últimos recuerdos en la cancha son más o menos por aquellas épocas en que las rodillas empezaban a ser un problema, hace ya más de veinte años. cada juego después de eso era un volado con una moneda cargada: casi seguramente terminaría lastimándome, no podría jugar por al menos un mes y me costaría trabajo caminar --que sería una pesadilla viviendo en Guanajuato, donde tenía que subir las escaleras de espaldas.

como volví a jugar un tiempo en la universidad --en torneos interfacultades o intramuros, en equipos que mejoraban el instante en que yo salía del campo, incluso si alguna vez perdimos diecinueve a uno contra el equipo de Química o si otro año quedamos campeones contra el eterno rival-- alguno de esos debió haber sido mi último partido de fútbol. incluso antes de esos hay un par de partidos en la prepa, con un equipo de fútbol rápido donde me decían El Chino. también está ese partido solitario en la secundaria donde entré al medio tiempo solo para romperme el brazo derecho en la segunda jugada y continuar el resto del juego agarrándome el brazo porque no sabía cuándo volvería a jugar y no iba a dejar que me sacaran. (ya no volví a jugar. el lunes que llegué con el yeso me pidieron el uniforme para dárselo a alguien más.)

el que yo recuerdo como mi último partido tuvo que haber pasado en quinto o en sexto. tampoco recuerdo si jugábamos contra el Salesiano o el Potosino. recuerdo varios campos juntos, un pasto más bien seco y unas gradas donde estaban las familias. íbamos perdiendo y quedaban pocos minutos; yo había pasado todo el juego en la banca, sentado en el pasto bajo el sol de media mañana. no recuerdo tampoco qué parte de la temporada era; a veces pienso que era más bien un amistoso antes de que empezara el torneo, pero lo más probable es que haya sido uno de los últimos partidos, cuando ya no teníamos oportunidad de ganar. creo que el discurso después del partido es porque crecimos siendo un equipo muy dominante, ganando varias veces el torneo de la categoría en otros años; teníamos grandísimos jugadores que poco a poco fueron encontrando otros intereses. Don Daniel Leos, papá de uno de mis amigos, se acercó con el entrenador y, como yo estaba en la banca, alcancé a escuchar lo que le dijo: No te va a resolver el juego pero le echa ganas, llega temprano, va a todos los entrenamientos; déjalo jugar un rato. entré al juego, no recuerdo quién salió. corrí hasta la otra portería porque teníamos un tiro de esquina; la pelota rebotó a mis pies, la pasé de nuevo y anotamos. terminó el juego y perdimos tres a uno.

al final del juego, el entrenador nos dio un discurso muy sentido a jugadores y familia. pidió que nos cuestionáramos si de verdad queríamos jugar, si nos lo íbamos a tomar en serio, si nos íbamos a esforzar o no. luego se refirió a mí, "La mascota del equipo". 

ya no volví a jugar.

pero todavía, cuando estoy a punto de dormir y mi conciencia ya no sabe si pienso o si duermo, a veces  estoy en la portería y nadie puede anotarme gol.

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