miércoles, 20 de abril de 2011

miércoles lleno de spoilers

Un día Jesús y todos sus amigos fueron a una montaña, no muy lejos de la ciudad, a tener un día de campo y platicar de muchas cosas. Pero cada uno de sus doce amigos había invitado a varios otros amigos, y ellos a su vez habían invitado a los primeros colados de la historia y así y así y total que eran muchos y estaban por todos lados de la montaña excepto debajo de las piedras porque hubieran muerto aplastados.
Y entonces, por ahí de las tres de la tarde, ya todos tenían mucha hambre, y como ya había dicho que eran muchos, entonces era mucha hambre en serio. Y Jesús, que creía que nada más iban a ir sus doce amigos, no llevaba comida para darles a todos. Entonces se le acercó a Pedro y le dijo Pedro, yo creí que íbamos a ser menos y no he traído tanta comida. Y para entonces ya eran como las tres y trece y tenían todavía más hambre. Jesús se paró en una piedra muy grande y les dijo a todos Amigos, sé que es la hora de comer, porque en realidad sí era, y que todos tienen ya mucha hambre, porque si tenían, hasta Jesús tenía mucha hambre, sin embargo, no tenemos más que unos cuantos panes y peces para todos. Si compartimos, todos podremos comer un poco. Se le acercó un amigo de un amigo y le dijo Yo tengo dos panes y te los doy para darles a todos. Luego vino una mujer y le dio otros dos panes, un pescado y una gelatina de limón. Luego otro con cuatro panes, uno que traía una torta de jamón y una señora con una bolsa entera de emparedados.
Al final todos comieron y saciaron su hambre y hasta sobró para llevar a casa.
Jesús con los ojos vidriosos les dijo Bienaventurados ustedes que desde la tierra hacen el cielo.


Estaban los trece sentados a la mesa. Habían pedido sillas prestadas de varios vecinos, pues no alcanzaban para todos. El mantel, si es que así se le podía llamar, era más bien varios parches unidos por una tela alguna vez blanca. Qué decir de la vajilla, algunos muy elegantes, otros rotos, de barro cocido y sin pintar, de madera. Y seguros estamos todos, eso no era lo importante.
Jesús tomó un pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo, Tomen y coman, que este es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y la llenó de vino, agradeció y se lo dio a sus discípulos diciendo, Tomen y beban todos de él, que esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que se derrama por todos.
Acabada la cena, Jesús, no por menos manteniendo su solemnidad, les dijo, sin ver a ninguno en particular, Uno de ustedes me va a entregar. Ninguno levantó la mirada, pues escuchando lo que decía, habían todos agachado la cabeza. En verdad les digo, les dijo, uno de ustedes me va a entregar. Los discípulos se miraron unos a otros, pues no sabían a quién se referían. Seré yo, preguntó el primero. Seré yo, decía el segundo, Seré yo, dijeron casi todos, de uno a uno. Señor, quién es, le preguntaron al fin. Voy a mojar un pedazo de pan, les dijo, aquél al que se lo dé, ése es.
Los discípulos se seguían mirando entre ellos. Judas se puso de pie y caminó a donde estaba sentado Jesús. Se arrodilló junto a él y le dijo Seré yo. Tú lo has dicho, contestó Jesús, agarró un pedazo de pan del que había partido y lo mojó en la copa de vino. Se lo dio a Judas mientras pronunciaba algo que nadie le escuchó decir. Se puso de pie y se dirigía a la puerta, Jesús le tomó la mano e hizo que volteara, Lo que vas a hacer, le dijo, con lo que Judas confundiría con una sonrisa, hazlo pronto.
Era de noche. Cuando Judas salió, Jesús dijo, pensando en lo que vendría después, Les doy un nuevo mandamiento: Ámense los unos a los otros.


Llegó Judas al Templo. Era la noche de la preparación de la Pascua, así que era algo difícil obtener aunque fuera poquita atención.
Disculpen, decía, quisiera hablar con los sumos sacerdotes.
Eso va a estar difícil, le contestaba todo al que decía, ésta es la noche de la preparación de la Pascua.
Por fin logró llegar hasta ellos y les dijo, Vengo a acusar a Jesús, el Nazareno, para condenarlo a muerte. Nada más tenía que decir.
Y qué quieres que hagamos, le preguntaron, quieres que salgamos nosotros a apresarlo con espadas y palos, como si se tratara de un bandido. Todos los días ha estado entre nosotros, enseñando en el templo y no lo hemos apresado.
Judas dijo, Ha dicho que es Hijo de Dios. Nada más tenía que decir.
Está bien, dijeron, contentos del cordero que tendrían para sacrificarle al señor, vayamos por él y le dieron a Judas un saquito con treinta monedas, Llévanos hasta él.


Fueron después al huerto llamado Getsemaní. Jesús dijo a sus amigos, Esperen aquí mientras hago oración. Empezó a caminar lejos de donde los había dejado, pero empezó a sentir terror y angustia, y les dijo, Tengo el alma llena de una tristeza mortal, quédense velando por favor. Volvió a caminar y, cuando llegó a una distancia que consideró prudente, miró a su alrededor y se arrodillo en el suelo. Juntó ambas palmas a la altura del pecho y, con los ojos cerrados, empezó a orar, por los enfermos, por los pobres, por los que creen, por los que no creen, por los que sufren por el hambre, por la guerra, la soledad, la injusticia y empezó a llorar. Separó las manos y lloró al cielo. Aleja de mí esta hora. Cayó a la tierra, sobrecogido, como estaremos todos, pues tratamos lo más posible de seguir su ejemplo, cuando llegue la hora de nuestra muerte. No terminaba las frases, era como un niño aterrorizado, un niño que llaman para entrar a casa cuando sus amigos siguen afuera jugando, una mujer que descubre en sus análisis que es infértil y jamás podrá tener hijos, un anciano barbudo que llora con flores nuevas en la misma vieja tumba. [Era humano.] No quiero, decía, no quiero. Recobró su postura, alzó la mirada y los ojos al cielo, Dios padre, tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Apártalo de mí, y agitaba los brazos, Apártalo de mí, y lloraba dentro de sus manos para que no le vieran el rostro que se hinchaba con el llanto. Luego con la mano limpiaba las lágrimas, Pero que no se haga lo que yo quiero, recapacitaba de pronto, con toda su fuerza de aspersión con su nariz obstruida, que se haga tu voluntad.
Volvió a donde estaban y los encontró dormidos. Pedro, le dijo, y lo sacudía del brazo, Estás dormido, le preguntaba. Juan, y trataba de moverlo, sin verdadera intención de despertarlo, Estás dormido. Velen y oren, por favor, velen y oren para que no caiga en la tentación.
Caminó de regreso y era imposible no darse cuenta que estaba en el mismo lugar que antes, con gotas de llanto esparcidas, con la tierra removida. No pudo llorar igual que la primera vez, pero igual lloró. Como último remedio, como desesperación y alivio. Como si de pronto, al decirle que se llevarían su vida, su Luz, le preguntasen que qué haría y no supiese más que llorar. Pero oraba y, bastante seguro esta vez, seguro como quien, y vaya que aplica ahora, está por renunciar a su vida, Que se haga lo que tú quieras.
Volvió a donde estaban sus discípulos y los encontró dormidos. Ya pueden dormir y descansar, les dijo, aunque en realidad no los despertó sino que se quedó a velar por su sueño.


Judas detuvo a la tropa. No se había despedido de Jesús. Volteó de pronto y les dijo, Aquél al que bese, ése es. Los demás no entendieron, pues conocían bastante bien a Jesús, que todos los días había estado entre ellos, etcétera, etcétera.
Cuando llegaron al huerto, Judas se acercó a Jesús, ninguno de los dos sin poder disimular haber llorado bajo la sonrisa. Lo besó y se alejó despacio, después más rápido, hasta que salió corriendo.


Tome, le dijo Judas al hombre tullido que pedía limosna a la entrada del Templo, y le dio las treinta monedas que acababa de recibir.
Dios lo bendiga, le dijo el hombre.
Lo miró y no pudo guardarse el suspiro.
Por favor, le respondió Judas.


Pilato no había logrado nada, estaba seguro que ese hombre era inocente, pero cada cosa que decía lo hacía parecer más y más culpable; su silencio, su indiferencia. Se reunió con los sumos sacerdotes y les dijo, Durante la Pascua, tengo la costumbre de soltarles al preso de su elección. Saldré al balcón, donde está reunida la gente, y les daré a escoger. Si piden la libertad de Jesús, tendré que dárselas.
Se sintió muy aliviado Pilato con esas palabras. Sabía que los sacerdotes no habían apresado a Jesús por miedo a la gente. Pueblo de Judá, empezó su discurso, a quién quieren que les suelte. Les entrego a Barrabás, preguntó, quien es acusado de haber cometido homicidio, y agravaba su voz, golpeaba el barandal. O les entrego a Jesús, y se dulcificó la voz, a quién ustedes han visto hacer tantas cosas buenas, quién todos los días ha estado entre ustedes y les ha enseñado en el templo.
Empezó un fuerte murmullo entre la gente, pues la mayoría ni siquiera sabía que Jesús estaba preso. Suéltanos a Jesús, empezaron a decir, Queremos a Jesús. Los sumos sacerdotes sabían ahora que todo estaba perdido. Judas estaba en medio de la gente, con las vestiduras de un sacerdote, y empezó a gritar Queremos a Barrabás, Queremos a Barrabás, y luego se movía de lugar para que más gente empezara a gritar, Queremos a Barrabás, Queremos a Barrabás. Pero no tuvo mucho éxito. Lo habían callado y lo detuvieron entre varios. Le preguntaban, No eres tú uno de ellos, Pues eres galileo, que no es Jesús uno de tus amigos, pero él no respondía nada. Pedro estaba ahí, apartado de la gente, sentado, sonriente porque había amanecido ya y no había ni un solo gallo en todo Jerusalén que así lo demostrase. De entre la muchedumbre, unas personas llamaron a Pedro, que estaba ahí cerca, para que dijera unas palabras a favor de Jesús. Lo jalaron y lo cargaron hasta subirlo a unas piedras para que dijera algo. Justo en ese momento le llevaron a Judas y lo miró a los ojos y cuando todo mundo se calló, No conozco a ese hombre, les dijo. No sé quién es él. Les juro que no conozco a ese hombre.

Entre todos los ahí presentes bajaron con mucha fuerza a Pedro de las piedras y los que más amaban a Jesús empezaron a gritar Crucifícalo, crucifícalo. Habían empezado a golpear a Pedro, pues no entendían por qué había dicho aquello. Entre el tumulto, Judas había logrado escapar y Pedro no tardó mucho en hacer lo propio. Pilato, arriba en el balcón, nada entendía de lo que pasaba abajo. Pero qué mal les ha hecho, gritaba histérico, qué mal les ha hecho éste hombre. Y la gente abajo seguía gritando Crucifícalo, crucifícalo. Sepan entonces que yo me lavo las manos. Y liberó a Barrabás, que no tardó mucho en volver preso.


Pedro se había ido en busca del gallo. Ahora no cantaba, pero cuando lo volviese a hacer, estaba seguro que lo encontraría y luego, y luego algo le haría a ese gallo que no pudo haber cantado antes, no pudo haber sido mudo, no pudo haber sido paloma. En su desesperación, se sentó bajó una higuera a llorar y, bastante sin querer, estamos seguros, se topó con Judas. Como si de pronto, la Pascua del Señor se hubiese parado en seco. Un temor enorme se había apoderado de Pedro, mientras era más y más notable como temblaba su puño cerrado.
Por qué lo hiciste, le gritó histérico, bastante fuera de sí. Pero Judas le contestó nada, viéndolo directamente a los ojos. Por qué, al borde del llanto, de la desesperación, de arrancarle un puñetazo, de una ira mortal.
Y nada.
Nada.
Pero la mirada de Judas lo alteraba. Como si no hubiese hecho nada lo miraba así.
Por qué lo hiciste, dijo por tercera vez sin ayuda de un gallo, Por qué entregaste a nuestro Maestro
Se acercó Pedro y rompió el silencio con el mismo puñetazo con el que rompió la nariz de su hermano apóstol.
Luego retrocedió, repentinamente consciente de lo que había hecho, y dejó que Judas limpiara su sangre.
Pero no lo hizo. En cambio se mantenía columpiándose, sangrando y mirándolo, como si nada.

Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas. Prácticamente todo el pueblo estaba reunido en el Gólgota. Jesús gritó, Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado.
Uno dijo, esta llamando a Elías para que venga a salvarlo.
Otro se puso de pie y dijo, No, está rezando, ese es uno de los salmos de David.
Un tercero se paró, y dijo con su mirada fija en Jesús, Está llorando.
Y con un fuerte grito, expiró.
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