dicen, aunque no estoy bien seguro quiénes, que lo que más esperas sucede cuando menos lo esperas. sé que no es enteramente cierto, pero me siento obligado a decir que me ha pasado. estaba reclinándome en mi silla -que para eso es- explorando una idea que podría generarme un par de ponencias cuando sucedió: sonó el teléfono. no era el teléfono lo que yo más esperaba, era un caso que me sacara del aburrimiento. había sido una semana mucho muy lenta que había bienvenido al principio por darme tiempo de tocar la guitarra, de leer mis anotaciones de casos anteriores, de continuar mi búsqueda por compañero de departamento; pero recientemente me había perdido en su espesor y había tenido que recurrir a los chococrispis para encontrarle algo de trabajo a mi cerebro. la llamada era lo que más esperaba y parecía que no se quedaría corta: la voz al otro lado de la línea transmitía mucha desesperación y hasta miedo. cuando terminó de darme los detalles también yo sentía algo de ansiedad, Venga pronto, me dijo.
colgué el auricular como un reflejo y me quedé sentado en la silla, sin reclinarme, viendo fíjamente a la pared. si mi intuición acertaba, estaría lidiando con mi primera paradoja. me emocionaba mucho, pero no sabía si estaba preparado. no podría decir que salí victorioso la última vez que me enfrenté a una... cuando todavía era estudiante y no tenía la preparación... el día en que menos lo esperaba... el día en que conocí a elizabeth. elizabeth...
no había tiempo ahora para pensar en eso. abrí uno de los cajones de mi escritorio, donde guardaba la llave para abrir la caja fuerte. fui al armario y abrí la caja; adentro había una caja de herramientas con un sobre tamaño carta encima. el sobre tenía mis anotaciones sobre la última vez y la única fotografía de elizabeth...
tomé la caja y salí corriendo a donde me esperaban. la puerta estaba abierta de impar en par y no me preocupé por formalidades, caminé a paso veloz hasta el jardín donde encontré un grupúsculo de personas que se había formado alrededor de una mujer desmayada. entré y limpié mi carganta. voltearon a donde yo estaba e inmediatamente me reconocieron. pregunté Dónde está. todos voltearon ahora hacia adentro de la casa, a un cuarto que alcancé a ver estaba lleno de libros. un hombre vestido de traje se acercó a mí y señaló el lugar, Ahí, dijo, con el brazo bien estirado.
saqué unas herramientas de mi caja y pedí prestado el saco del señor. entré de puntitas a la habitación que resultó ser una pequeña biblioteca. la mirada bien atenta a cualquier movimiento, podía sentir cómo las personas seguían mis pasos desde la seguridad del jardín. pude ver los lomos de tres libros de borges, y las tapas de un par de garcía márquez sobre el escritorio. debajo de un periódico se escondía el canto a mí mismo, de witman, y en el piso el llano en llamas, josé trigo y un libro de poemas de sabines. todo lo demás -quizás doscientos libros más- me parecía se discutían entre libros de autoayuda, psicología cara y best-sellers. algo se movió detrás de un estante tirando la serie completa de caldo de pollo para el alma y antes de que llegara al código da vici, me avalancé sobre él con el saco por delante.
lo que vi debajo del saco no me gustó para nada. llamé al dueño del saco adentro del cuarto pero lo siguió toda la comitiva, dejando a la mujer desmayada a que tomara el sol. Esto no es una paradoja, dije yo y una mirada de desaprobación apuntó al hombre desde cada uno de sus invitados. Si acaso, continué, es una ironía.
el hombre se encontraba en el centro de atención. pacientes, esperamos que dijera algo. mejor hubiera sido que no dijera nada. Qué paradójico, fueron sus palabras. Lo miré con todo el desprecio que poseo antes de aventarle el saco y no volver jamás.
