hoy fui a una doctora. según vi en su pared, es médica cirujana y homeópata por el instituto politécnico nacional. había más diplomas, por supuesto, como los hay en todas esas paredes de todos esos doctores. fui recomendado por mi tía Laura a la que le decimos Celeste, porque al parecer hace milagros y el que yo necesito es que desaparezca la mancha que ha empezado a tomar control de mi rostro sobre mi ceja izquierda. la leyenda que correré será sobre la pelea épica que sostuve con aquel que no puede ser nombrado, a quien derroté pero no sin salir ileso. sin embargo, los diagnósticos que he ido recogiendo de amigos y familiares son más o menos los siguientes: estrés, ansiedad, sentimiento de no pertenencia, nervios, demasiado estrés, estrés y ansiedad, mal de ojo. pero eso a mí no me sirve, necesito alguna bacteria mortal come carne, una deficiencia de melanina muy grave; algo científico y palpable, que arroja gráficas en algún análisis. por alguna razón, sin embargo, terminé en el consultorio de una homeópata. mi papá me dijo que fuera preparado, que hace preguntas raras y que lo mejor es que llevara una mente abierta; nada pudo haberme preparado para lo que sucedió ahí.
mi cita era a las seis y media. llegué a las seis veinticinco, pero por alguna razón iba preparado a entrar tarde, dispuesto a reclamar cualquier impuntualidad. y con razón: a las seis y media apenas iba entrando la consulta que iba antes que yo. una hoja hecha con múltiples fuentes de word en el corcho de anuncios me dio una idea que no tendría sentido reclamar: decía que había que llegar paciente, que la tolerancia y el respeto y el amor de dios. decidi no darle importancia y leí un par de artículos de una Rolling Stone vieja mientras veía a pedazos esa película en la que Jamie Foxx maneja un taxi y Tom Cruise tiene el pelo blanco. llegó mi turno de pasar casi a las siete en punto.
para cuando entré, ya tenía la intención de ir en mente abierta a la vez que en un ámbito científico intentar ser muy observador y concentrarme en los detalles. el consultorio era pequeño y no pude evitar ver las seis o siete imágenes de Cristo que había en las paredes, una figurilla más bien grande del arcángel Miguel y otra de Gabriel, libros viejos estoy seguro más ornamentales que los de un doctor promedio, varias vasijas decorativas con nombres en latín y uno de los diplomas en la pared no estaba a nombre suyo. había una báscula, uno de esos ventiladores parados, una cama de esas de doctores y el escritorio con dos sillas para pacientes y la suya mucho muy grande y un estéreo que repitió un disco varias veces de música de terapia para elevador, de esos que no sé quién se anima a grabar ni dónde se compran. cuando entré sólo tenía una laptop sobre su escritorio. la doctora es más bien chaparrita, no diría delgada, cabello corto y lentes, capaz de sostener la mirada por mucho tiempo. después de preguntarme mi nombre y edad, preguntó la razón principal por la que estaba yo ahí. la verdad me tomó unos segundos acordarme: la mancha. la vio. después pasó a las preguntas "raras" que me había advertido mi papá: ¿a qué me dedico? estudiante ¿qué estudio? matemáticas y letras españolas ¿en dónde? en Guanajuato, en la Universidad de Guanajuato ¿hace cuánto me fui? seis años ¿en San Luis vive mi familia? mi papá y mi hermana ¿y mi mamá? en Oaxaca ¿están separados? sí ¿desde cuándo? no viven juntos desde hace siete u ocho años ¿cuántos hermanos son en total? dos ¿cuántos años tiene tu hermana? veintidós ¿ves mucho a tu papá? como cada dos fines de semana ¿a tu mamá? cinco veces al año, probablemente menos.
Muy bien, me dijo, Todas estas preguntas las hago porque las manchas blancas están relacionadas con un sentimiento de abandono, de separación, de soledad. justo ahí me perdió. incluso si nada de lo siguiente hubiera pasado, ahí perdió toda mi confianza como paciente; no es en absoluto algo que espero mi doctor me diga, nunca. pero la somatizacíon. en seguida sacó unas láminas para recordarme cómo estamos hechos: una imagen de una mujer desnuda con un contorno azul y un amarillo circundante, con círculos de colores en las zonas donde, me recuerda, están nuestros ocho centros de energía; la segunda lámina era más o menos la misma, pero el contorno azul a veces se difuminaba y otras se concentraba, los círculos no estaban alineados y algunos se extendían por toda una sección del cuerpo. agradecí sinceramente el recordatorio, pues me ponía al día. la segunda imagen correspondía a una persona con desequilibrio energético, justo como me encontraba yo. mi apertura de mente se pondría mucho más a prueba en unos instantes. debo admitir que a veces me costaba trabajo no reirme y mantener cara seria; en realidad creo que mi cara era de completa incredulidad y nopinchesmames. todo el tiempo estuve pensando en cómo escribiría sobre esto cual reportero de nerve.com o como artículo de cracked.com; como escribo a posteriori, no creo que pueda mantener el tono de cómo se fueron dando las cosas y los sentimientos como los iba experimentando: aunque intenté poner atención y recordar los nombres, conforme me permitía aceptar más y más lo que me decía y creer en sus métodos y diagnósticos, más complicado era permitirme la narración en off en mi cabeza.
sacó un folder donde tenía más láminas, hojas impresas. tomó en sus manos -y no volvió a soltar practicamente nunca por el resto de la sesión- una especie de péndulo, un cono metálico apuntando al piso con una cadena larga que terminaba en algo así como una perla; nunca tuvo más de cinco centímetros de libertad. sobre la primera hoja que tenía tres palabras y ahora mismo sólo recuerdo una -rosas- empezó a pendulear como si fuera un juego de ouija: yo nunca sostuve el péndulo por lo que no tengo idea cómo se guíaba, pero ni un sólo instante dudó de lo que le decía el péndulo. la palabra que eligió fue precisamente rosas y eso decidió las láminas que se mostrarían a continuación, las otras dos no las vi nunca. la hoja de rosas estaba impresa por los dos lados y tenía doce opciones; había tres que mi energía le ayudaría a encontrarlas y decirle mi problema: recuerdo algunos nombres como rosa de la alegría, rosa de la justicia, y nada más. las tres afortunadas fueron las de la justicia y otras dos que no recuerdo. lo apuntó en mi receta médica: R 9 10 11, cada una en un círculo más grueso que la anterior, los círculos con tinta roja para el énfasis. lo que sigue sólo puede ser una paráfrasis: la combinación de rosas le decía que yo tenía todos los elementos para destacar, para cuidarme, todas las armas necesarias para el mundo; sin embargo le decían también de mis desequilibrios energéticos. la primera rosa le decía que yo necesitaba ánimos y energías para ayudar a los demás, que lo que necesitaba era todos los días agradecer y ofrecerme a la Sabia Vida, la Madre Tierra, Dios o como quisiera decirle y entender que todo estaba en sus manos para así poder entregarme a los demás y aceptar lo que la Sabia Vida tenía reservado para mí. la segunda rosa le dijo que yo necesitaba dejar de competir y empezar a compartir, aunque fuera en el trabajo; esas cosas estaban en mí y si no las equilibrara inevitablemente tendría problemas de pareja. todo esto lo leyó de un manual explicativo de las rosas, no era ya lo que el péndulo le decía. después llegó a la conclusión de que había en mí un desbalance muy marcado entre mi energía masculina y mi energía femenina -que todos tenemos- y me preguntó que cuál era la dominante. yo rogaba que fuera la masculina, pero le dije que sinceramente no tenía manera de saberlo. es decir, siempre fui sincero y nunca le di por su lado. con ayuda del péndulo ahora sí, decidió que era la femenina la que me afectaba y se fue directo contra mi madre, preguntándome sobre resentimientos, rencores, que si había sido suya la culpa en el divorcio. le dije que no sabía, que yo sólo conocía la versión de mi madre sobre el divorcio y que no le guardaba ningún rencor ni resentimientos por no verla, es decir, que yo estaba bien con ella. insistió mucho más y me preguntó si subsoncientemente no le guardaría algún resentimiento. le dije que si estaba en mi subconsciente, entonces yo no tenía manera de saberlo y precisamente por eso era subconsciente. resintió mi respuesta porque se me quedó viendo con la cabeza inclinada quizás medio minuto, sin decir nada; me dio la razón y continuó. lo siguiente era algo sobre sentir que el mundo me debía algo, que no aceptaba el plan de la Sabia Vida y sobre todo que pensaba demasiado y algunos traumas sentimentales de hace poco. a lo largo del diagnóstico, lo que leía o le decía el péndulo a veces le sorprendía pero casi siempre lo recibía con un sonoro Mmm, como si comprobara lo que ella misma percibía.
hasta ahora, lo único que había recibido era un horóscopo personalizado y hecho a la medida. algunas cosas sí me parecían demasiado específicas como para ser parte de un tarot, pero eran consistentes con la imagen que me parece la gente tiene de mí, incluso si ella me hubiera conocido por varios minutos apenas.
siguieron dos hojas con flores curativas -tenían un nombre especial que ya no recuerdo. cada lámina tapizada con imágenes de flores y plantas, quizás hasta cuarenta en cada una. el mismo método que usaría siempre: se pasearía con el péndulo sobre la hoja buscando lo que supongo es una alteración en la fuerza o el campo magnético sólo perceptible por ella y su péndulo. la primera planta sería el olivo. ¡Claro! dijo ella cuando fue señalado. hacía tanto que no le salía esa planta que parecía hablarle sobre mi condición tan grave. lamento decir que no recuerdo el significado de esa planta más allá de que hacía resonancia con todo lo anterior: dejar de pensar tanto, trauma emocional, el plan de la Sabia Vida. la segunda planta, una de cada lámina, era la tuna. creo recordar que esa me ayudaría a evitar ciertos problemas que serían obvios en mi relación de pareja; más que nada dijo que me ayudaría a llenarme de energía, para combatir mi sentimiento de agotamiento total, de desgaste, de falta de fuerzas. Dios, esas cosas me llegan directo al corazón. se detuvo demasiado tiempo a leer en su manual sobre las flores que me habían salido porque según ella son extremadamente raras y parecía anticiparle de mi situación. yo no podía perder más credibilidad y desde el incidente de las rosas yo escuchaba con atención e intentaba ser receptivo, abierto a todo esto nuevo y extremadamente distinto, tan en conflicto con mis propias creencias. anotó en mi receta algo sobre cada una de las flores con una flecha roja apuntando directamente al círculo que las encerraba. la última lámina le diría la dosis de la medicina que crearía con lo que le acababa de encontrar y le diría un poco más sobre mi personalidad: guardo muchos rencores y me enojo con mucha facilidad. escribió sobre la receta lo que sería mi medicina, con todo y dosis.
se viene la parte crucial y más importante de todo. ya tenía la medicina, pero todavía no tenía el diagnóstico. no sé si esto está perfectamente claro: aún no sabía qué enfermedad tenía, pero mi medicina ya estaba lista. ¿cómo se hace el diagnóstico? con tres hojas que están impresas a ambos lados con una enorme lista de partes del cuerpo en algún orden que no tenía mucho sentido para mí y, por supuesto, el péndulo. durante el análisis, sólo me dirigía la palabra sorprendida por lo que encontraba. el proceso consiste en preguntar en voz alta al péndulo qué es lo que tenía y cómo encontrar mi desequilibrio. las primeras palabras las repitió varias veces; ya desde ahí había algo. lo primero eran las glándulas, en este caso la pineal. y más. conforme las escribía en un cuaderno aparte decidía ponerle tanto o menos énfasis subrayando. no tengo manera de recordar todos los órganos o partes que recitó -estoy seguro que eran al rededor de doscientos- ni pude encontrar un órden -si acaso, me parecía que iban de arriba para abajo, haciendo algunas excepciones por sistemas estrechamente relacionados. creo que mis problemas se encontraban más que nada en el área del abdomen, en muchos órganos relacionados con el sistema digestivo. se veía sinceramente preocupada, y varias veces dijo algo como Pero estás muy joven. me empezó a preocupar cuando salió tanto sobre mi próstata y recto; nada en el corazón, algo en el abductor, muchísimo en los riñones; algo en mi testículo derecho que coincidentemente es el más grande.
subrayó unas cosas, señaló algunas y las separó de las demás. sacó un gran libro de hojas engargoladas para empezar a traducirme. la primera era sencilla: lo de la pinial le hablaba de mi trauma emocional, lo primero que habría que superar, lo más importante, lo que bloquea mis chacras desde arriba y no permite que la energía se equilibre. trauma reciente, pero muy fuerte, muy lastimado, dijo ella. las cosas se fueron poniendo demasiado específicas, no podía estar preparado para lo que seguía. la siguiente glándula, junto con lo del trauma, sólo podía significar síndrome de Guillain-Barré. me sonaba conocido por tanto Dr. House que he visto; acabo de buscarlo en Wikipedia y parece ser extremadamente raro, complicadísimo de diagnosticar. las siguientes fueron cosas bacterianas: alguna pneumonía, otra gastrointestinal -no recuerdo el nombre pero según ella era muy cabrona y me causaría problemas graves- y una última algo así como general de todo el cuerpo. ninguna se había manifestado porque mis defensas ahí estaban, pero llevaba varios años con ellas. sigue lo peor y ella mismo lo había anunciado así, diciendo que mejor eso me lo decía al final. no pudo porque todo lo que sigue estaba relacionado. primero, algo en los riñones le dijo que tengo el virus del papiloma humano que, según sus propias palabras, me contagió una mala mujer. preguntó al péndulo y tengo eso desde hace tres años. después, en cuatro partes distintas de mi cuerpo, el péndulo se puso como loco y sólo podía significar una cosa: virus de inmunodeficiencia humana. para rematar, bastante a la ligera, Por ahí también está la bacteria del sífilis, dijo. yo estaba lo suficientemente entrado a estas alturas para sentir un miedo terrible. no sé si lo leyó en mi cara, pero pasó algunos minutos explicando la diferencia entre estar en contacto con el VIH -que era mi caso-, ser VIH positivo en los análisis y tener y desarrollar el SIDA. yo estaba pensando que seguramente tendría que hacer una llamada y que, de ser cierto, más me valía empezar a jugar a la ruleta o algo parecido.
dijo que me mandaría unos análisis para saber qué tan desarrollado estaba. los demás no le preocupaban, pese a mi insistencia de pedir un análisis también, porque esos ahí estaban, de eso no había duda, ella lo sabía, porque lo que acababa de hacer era escanear mi ADN. me tardé muchísimo tiempo en entender por qué estaba tan casual, cómo podía no escandalizarse diciéndo eso a pacientes que la visitaban por primera vez. la razón era sencilla: no le preocupaba porque ella me lo iba a quitar. voy a intentar poner esto en perspectiva: una doctora, sin tocarme, sin siquiera medir mi presión arterial no digamos pedirme u análisis de sangre, oler mi orina, pedirme que saque la lengua, tosa y gire la cabeza, o de perdido leerme la mano, sino simplemente con un péndulo de metal sobre una hoja con una lista mientras recitaba en voz alta la lista, acababa de diagnosticarme con VIH y estaba completamente segura de su diagnóstico y no se inmutaba ni un poquito porque la medicina, la terapia y el tratamiento que iba a iniciar conmigo iba a quitarme todo eso que tenía, empezando con ese virus. estoy enteramente consciente de que así se hacen los chismes y lo que esta publicación le hará a mi de por si muerta vida amorosa; es parte primordial de la visita y de lo que supongo es la experiencia.
poco a poco durante el diagnóstico se me fue cayendo el razonamiento y mi irracionalidad gradualmente fue tomando el control. ya no podía siquiera tomarlo todo con distancia y cinismo; lo que había dicho era decididamente demasiado personal y específico para ser un horóscopo, incluso si era el más caro que jamás me hubieran leído. empezaron discusiones que sinceramente quería evitar. mi sorpresa hizo preguntar más, pedir evidencia de todo esto. entonces ella se puso a la defensiva sobre su formación, sobre los años que lleva ejerciendo, sobre los pacientes que la van a ver desde Los Ángeles o San Antonio, sobre los cursos de mil trescientos dólares que ha tomado con doctores que son mexicanos pero así cobran. sobre cómo la práctica de la aleopatía se rige por las potencias mundiales que sólo quieren vernos enfermos y comprando medicinas. no quería que llegásemos a este punto pues yo estoy inclinado a tomar el lado de la alopatía. la sentía sumamente defensiva, que apoya mi teoría de que es simplemente una charlatana -en mi cabeza, alguien sincero no siente la necesidad de defenderse, pues está seguro y tiene evidencias. sin embargo, entre tanta defensa hubo algo que me tranquilizó: mi curación no dependería de si creo o no creo. es lo mismo que pasa con el diablo y demás demonios, es necesario creer que su existencia no depende de que creamos o no en ellos, como tampoco depende la manera en que nos deshacemos de ellos. me sorprendió que ni siquiera me dijera que debía avisar sobre el diagnóstico, pues yo estaba ahí por alguna razón y las demás pues ya les tocará.
procedimos a la terapia. yo creía que sería algo largo, quizás tenía en mente más bien terapia psicoanalítica pues hacía perfecto sentido en mi cabeza. duró sólo tres minutos y no fue necesario que me quitara ni los tenis, no digo los lentes, llaves o celular -que pensé interrumpiría el flujo de energía. puso sus manos en mi cabeza y se encomendó a Dios, pidiéndole que nivelara mis niveles de energía y que todo aquello que había encontrado se fuera, se limitara. lo repitió quizás minuto y medio y luego pasó a mis pies -o mis tenis, en este caso- donde hizo todo otra vez. después, en su voz profunda y muy seria, lo último que dijo fue Seguimos pensando en lo que voy por tu medicina. cuando pude incorporarme, me preguntó que cómo me sentía. debo ser sincero, yo no podía pensar en nada más que en el diagnóstico tan funesto -todavía no entendía que ella me curaría de todos mis males- y no pude pensar en otra cosa durante los breves minutos de terapia. le dije la verdad, que no me sentía en absoluto diferente a cómo llegué. la vi sacar la libreta sobre la que apuntó mi lista de enfermedades mortales con péndulo en mano dos veces y me dijo que ella sabía lo que hacía, que inluso si yo no sentía o si mi cabeza o mi mente -la mala de la casa- no me dejaba sentir el cambio, ella lo había logrado pues ese breve repaso con el péndulo le permitió confirmar que se había detenido la propagación del virus.
recordé dos historias: una, en clase de teatro en mis últimos días de prepa, donde el profesor nos contó algo así como una fábula china: una familia de tres hermanos médicos tenían distinta fama y distintas capacidades, el mayor podía curar enfermedades cuando estaban en su punto más crítico y salvar pacientes de la muerte y era el más afamado y querido; el segundo curaba enfermedades a los primeros síntomas y gozaba de algo de respeto; el menor podía curar las enfermedades antes de que aparecieran y era el menos famoso, el menos querido, corrido del pueblo a pedradas. la segunda, algo que me contó una amiga de sus vacaciones en Acapulco o alguna playa: un par de aborígenes locales empezaron a gritarle a ella y su primo que se salieran del agua, que había un tiburón y fueron y los sacaron del agua; después del increíble susto y la acción tan heroíca de los nativos, les pidieron dinero pues, vaya, los habían salvado de un tiburón. así fue como yo iniciaba mi sanación de unas enfermedades mortales y sin cura conocida, enfermedades que desconocía tener hasta antes de la consulta y que no se habían manifestado para mí de forma siquiera perceptible a menos que fuera, claro, la mancha que me llevó ahí en primer lugar. en todo mi razonamiento, este es el modus operandi clásico de un charlatán o, quizás, de un curandero milagroso.
seguiré el tratamiento y volveré dentro de un mes -o haré mi mejor esfuerzo- no tanto por el miedo sincero que tengo de mis patologías que me llevarán a la tumba y limitarán mi convivencia humana de aquí en adelante o porque ella prometió curarme e incluso lo empezó a hacer; lo haré por interés científico. la única evidencia que tengo -además del futuro resultado de los análisis de sangre- será precisamente la mancha en mi cara. si la mancha me llevó ahí como primera e imperceptible evidencia de mis virus mortales y esta mujer no sólo logró identificarlos a tiempo sino además curarlos, creo que alguna beatificación está en orden. si no, no sé. no voy a meter evidencia estadística, no voy a pensar en la probabilidad de contagiarme de todo esto y curarme de manera milagrosa y prácticamente espontánea a base de chochitos empapados en alcohol y otras medicinas con poderes curativos que debo poner bajo mi lengua so pena de contaminación por saliva. no voy a buscar estudios clinicos ni estoy convencido de que el efecto placebo me vaya a sacar de esta. no hablaré de esto más que aquí y por ahora sólo por esta vez.
salí del consultorio a las nueve de la noche; estuve dos horas enteras ahí adentro. haberme tomado en serio a la doctora -pero no suficientemente en serio- tuvo una muy obvia consecuencia: salí asustado, pensando en las implicaciones, en mi mala suerte, en lo solo que esto me dejará y demás repercusiones sociales. salí poco a poco construyendo esta historia con todo y la narración, procurando recuperar algunos detalles que no recordaba, poniendo las cosas en orden en mi cabeza. salí tratando de razonar la experiencia y no he podido, pero estoy tranquilo y me tomará sólo un par de horas empezar a tomarlo otra vez con humor. pero sobre todo, salí deseando que esa mujer fuera cien por ciento milagrosa o cien por ciento charlatana; esta vez no deseo un punto medio.