sábado, 25 de junio de 2011

sábado de catálogo bibliotecario

en uno de mis primeros semestres de preparatoria, sin recordar exactamente la motivación, un día que mi mamá me habló para preguntarme si se me ofrecía algo de camino a casa, le contesté que necesitaba una copia de Rayuela, de Julio Cortázar. yo supongo que ella supuso que era para la escuela y me lo llevó esa misma noche o quizás una después, comprada en Sanborns, en una edición de Cátedra sencilla y bonita. no estoy seguro dónde había escuchado yo que tenía que leer ese libro, pero creo que algo así habrá pasado. sin embargo, debieron pasar al menos cinco intentos para que me animara a leer el libro. el primero, esa misma semana. alguno de los siguientes ocurrió en verano, en casa de mis abuelos de Morelia. uno más en vacaciones visitando Tantoyuca. otro más de vuelta a casa y el último en la biblioteca de mi abuelo en Guadalajara. todas esas veces, siempre que empezaba el libro, la hoja de ruta o los primeros capítulos me hacían entender que no estaba listo para leer ese libro, que me faltaba vivir más. cuando llegó el día, lo leí bastante rápido, deteniéndome varias veces en el capítulo siete, confesando no haber leído todos los capítulos prescindibles. 

ya en carrera, un amigo me pidió que le ayudara con un reporte de lectura. era común entre algunos de mis amigos que estudiaron ingeniería. le dije que no habría problema, que me diera el libro la próxima vez que nos viéramos. me lo entregó y me dijo que el reporte era para esa misma semana, más o menos a la mitad. no sé si lo hayan visto alguna vez, pero La sombra del viento, de Carlos Ruiz Safón no es exactamente un libro delgado. afortunadamente, se lee con una agilidad increíble, lo que hizo más fácil mi tarea de leerlo en tan sólo veinticuatro horas, día entero en el que no hice nada más que leer el libro en la cama, en el baño, en la terraza, en la cocina y en el pasillo de mi primer departamento en Peñitas ocho ce. al final, aunque dormí poco, estuve feliz de haber tenido la oportunidad de leer el libro así, sin pausas. en uno más de mis rebuscados y pretenciosos trabajos finales para las materias de mi primera carrera, este libro fue una excusa para mis averiguaciones sobre por qué la academia tiene las puertas cerradas a los textos que son grandes éxitos de ventas de la misma manera en que supongo Cannes no invita a Hollywood sólo por ser Hollywood, quizás antes de ver las películas.

mi libro favorito, en cambio, nunca lo he leído completo. es más, creo que ni siquiera he leído la mitad. Palinuro de México, de Fernando del Paso es un libro que he comprado dos veces, pues mi primera copia fue usurpada junto con muchas otras pertenencias mías hace casi un año ya. fue el primer libro en el que usé una foto como separador y compré cuando a don Fernando ganó un premio importante -quizás en la FIL- y no sentía ganas de leer ni Noticias del Imperio ni José Trigo. fue quizás la portada de la edición de Punto de Lectura la que me atrajo tanto. es un libro que a veces, después de tan sólo una página, me hace sentir pleno y no necesito leerlo más. como si en tan sólo unas líneas hubiera obtenido todo lo que necesitaba para ser feliz por unos días a la vez, quizás incluso meses. por eso puedo retomarlo una vez cada dos lunas y leer las frases que no me acordaba se me habían ocurrido antes, y sentir las cosas que yo no sabía que había sentido también. me aventuré a redactar un trabajo final sobre él -sin haberlo leído completo- y quizás lo hice con tanto entusiasmo que se me perdono aquella enorme falta. ése más que ningún otro libro es una cantidad infinita de mundos a la que me gusta escapar con frecuencia.
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