jueves en paracaídas

en lo que esperaba mi turno para subirme al avión, o bien ya en tierra esperando a que mi padre saltara del suyo o tuvieran listo el disco con el video, pude entender algo de la división del trabajo en la empresa de salto. me parece que son en total ocho personas directamente empleadas ahí: una de ellas es recepcionista, otro es instructor en tierra y posiblemente dueño, voy a contar al piloto entre ellas, el que edita los videos y las fotos, dos personas que saltan amarrados cada uno a su respectivo cristiano y finalmente, dos personas en tierra encargados de guardar los paracaídas. de todos ellos, creo que el instructor en tierra slash dueño y la recepcionista tenían mucho tiempo libre; el artista de video y grabación tenía un horario distinto y una serie de pasos marcados frente al monitor. el piloto y los saltantes no bien bajaban ya tenían que subir de nuevo. pero los otros dos son admirables: una vez que aterriza el que vuela, les entregan el paracaídas más destendido que una sábana con resorte. su misión es guardar esa lona con cables dentro de una mochila de manera que cuando alguien salte de un avión a dos y medio kilómetros de altura, impida que se de en la madre contra el piso. les toma aproximadamente veinte minutos guardar correctamente el paracaídas, en unos cinco pasos muy marcados: acomodar paracaídas e hilos, revisar uno por uno cada uno de los hilos, doblar el paracaídas, doblar los hilos, guardar todo en la mochila. su trabajo tiene toda la responsabilidad del salto y nada de la diversión. lo hacen de seis a diez veces al día en promedio sin quejarse, sin murmurar, sin saltarse un paso, sin dudar de su trabajo pero sin confiar demasiado, sin voltear los ojos, sin hacer nada más de lo que tienen que hacer.