el destino es una de esas cosas que decido no creer porque entiendo tan poco y me parece tan complicado que termino por pensarlo imposible, como dios. a veces, en las películas o el drama diario, la gente dice que pudo cambiar su destino y yo pienso Qué mamada: uno no podría cambiar su destino; si acaso, uno cree que cambió sus estrellas porque las había leído mal desde el principio. a veces también, el héroe o el elegido tiene una crisis pues teme no cumplir su destino y yo no entiendo: ¿cómo podría uno no cumplir su destino? se me ocurre que no hay absolutamente nada que uno pueda hacer: si estás destinado entonces no sólo no puedes evitarlo, además, cada cosa que hagas necesariamente te acerca más pues es sólo cuestión de tiempo. en una versión fuerte del destino, cada acto tiene que estar predeterminado sin posibilidad de cambio. entonces, por ejemplo, si tú y yo no estuviésemos destinados a estar juntos, entonces no hay nada que podamos hacer para estarlo y si, por el otro lado, estamos destinados a estarlo, entonces ninguna cosa bajo el sol podrá impedírnoslo. sin embargo, estoy seguro que por definición, además de completo, el destino debe ser incognoscible, como dios. quiere decir que en ningún punto de mi existencia podría saber si estamos o no destinados, si somos el uno para el otro y no es la falta de libre albedrío sino la duda diaria de si estoy haciendo bien o no, si es un error, si estoy más cerca o más lejos, si encontrarte es peor que perderte y supongo que lo que quiero decir es que la idea de que el destino exista me esperanza lo mismo que aterra a tal grado, que finalmente da lo mismo si existe o no, pues no podría vivir una vida distinta, no hay baraja ni bola de cristal ni asiento del te ni constelaciones ni galletas asiáticas ni epifanía ni cuento ni palabra tuya o mía que pueda evitar hacerme sentir temor y esperanza por volver a verte.