la gente dice que la esperanza muere al último y a nadie le gusta la muerte. la cosa es que no sabemos realmente cuándo muere la esperanza y se nos ocurre construirle un reloj o termómetro en forma de vela encendida o mano tendida en el aire, como la cuenta regresiva a una fecha o la distancia que separa dos puntos a través de la red telefónica o de carreteras; y el termómetro baja con miradas perdidas y desaires, con cada día que pasa, con cada centímetro que se pierde. así, nos dedicamos a llevar esa cuenta, a comprar velas nuevas para evitar que el fuego se apague, regar las plantas y cuidar de las flores, medir y volver a medir y volver a medir la distancia, estar vigilante del teléfono. nos olvidamos de todo lo demás para cuidar tan sólo de la esperanza, que muere al último probablemente tan sólo porque nos desvivimos por ella, la esperanza se vuelve una carga pesada, un ancla, una correa corta o muy larga pero correa al fin y al cabo. volvemos temprano porque no vaya a ser que llame, no abrimos las ventanas para que la corriente no asuste al fuego. te escribo desde la desesperanza, no hay nada más qué contar.