jueves, 19 de mayo de 2011

jueves de prestigio real

hace poco más de una semana -el miércoles de la semana pasada- recibimos en casa la visita de una representante de Royal Prestige, una compañía que no vende cacerolas sino un sistema de salud de puerta en puerta y basado en recomendaciones. es, como se han de imaginar, una técnica de mercadeo más o menos molesta, cuya premisa es ofrecer regalos y recompensas a cambio de nombres y números telefónicos de amigos o enemigos cercanos. 

mi papá esperaba la visita con cierta expectativa desde hacía días y se porto increíblemente amable el tiempo que estuve ahí, pues yo no me porté tan amable con Lorena -la chef invitada- y me fui porque dieron las cinco y nada que la comida estaba lista y yo tenía mucha hambre y cosas que hacer. la visita inició de manera prometedora pero eventualmente se transformó en el diminuto set de un infomercial mal ensayado y con un público muy poco cooperativo. la idea central del asunto es obviamente vender las cacerolas -carísimias, verdaderamente carísimas- como un sistema de salud que ahorra dinero en comida, gas y aceite, a la vez que mejora el sabor de los alimentos y la salud de sus consumidores. ¿cuál es el problema? que es ridículo, como cualquier infomercial. 

la pobre Lorena -porque yo siento estaba únicamente haciendo su trabajo- tiene que apegarse a un guión muy acartonado y poco creativo, exigiendo respuestas concretas a las preguntas que hace para poder continuar, lleno de datos falsos para impresionar (la sílica es un derivado del silicón, no hay recipientes para cocinar de vidrio transparente). la exhibición es lenta, mucho más ante un público que no se deja impresionar y no responde como se quisiera. por ejemplo: puesto que lo que se vende es un sistema de salud, hace falta pasar un par de diapositivas y minutos hablando sobre la importancia del dinero y la salud y la familia y es necesario aceptar y expresar que, si estuviera en el mercado, un sistema para ahorrar tiempo y dinero en cuentas médicas, de supermercado y de gas, sería necesario adquirirlo, pues la salud no tiene precio. (pregunta específica: ¿el dinero es importante, señor Flores? respuesta de mi papá: Sí, sí es importante. este argumento duró varios minutos sin que se pudiera llegar a un acuerdo. mi papá dijo que lo más importante era el tiempo -las opciones siendo dinero, tiempo, salud y la respuesta esperada siendo salud- porque sin tiempo no se disfruta ni el dinero ni la salud; Lorena necesitaba que mi papá dijera salud para poder continuar.)

así pues, no tardó demasiado en ponerse incómodo para todos. yo casi no estuve presente, pues decidí que todavía tenía muchas cosas que hacer de cara a mi viaje horas después como para andar escuchando todo eso, pero alcancé a escuchar prácticamente todo. Lorena necesitaba saber cuánto gastábamos en carne, para demostrar que los sartenes ayudaban a evitar que el tamaño de las milanesas se redujera tanto porque todos los días estamos tirando dinero a la basura comiendo menos de lo que compramos pues nuestros sartenes encogen la comida. además, el sistema de cazuelas nos ahorraría hasta la tercera parte del gas que gastamos en cocinar y reduciría nuestro uso de aceite a la mitad. ¿el problema? incluso aceptando la idea de que nos ahorraría veinte mil pesos en comida no encogida a lo largo de diez años, la tercera parte del gas usado para cocinar representa cuarenta pesos al mes según cálculos del momento, y la mitad del aceite es pasar de diez botellas al año a cinco, es decir, un ahorro de aproximadamente cuarenta pesos cada dos meses. en total, el sistema de salud representa un ahorro de unos veintisiete mil cuatrocientos pesos después de diez años. que cuánto cuestan los sartenes, se pregunta. veintidos mil pesos de contado. considera que un sarten caro, elegante, marca tfal, no excede los quinientos pesos.

en otra etapa, Lorena necesitaba saber cuál era la habitación más cara de la casa. mi papá dijo que su habitación, por la televisión. Lorena necesitaba, pero verdaderamente de vida o muerte, saber cuánto costaba la habitación. mi papá no quiso poner un precio. Creo que hice una pregunta clara señor Flores, dijo Lorena, quien no podía pensar que, por ejemplo, mi papá no quisiera hablar del precio de su habitación delante de Coquito; así pues, tras varias insistencias cada vez más tajantes y desesperadas de Lorena, mi papá puso su precio. el ejercicio continuó así, con Lorena visiblemente más y más frustrada conforme pasaban las diapositivas de su carpeta.

como en muchas de estas cosas, la culpa no es de Lorena. como la culpa de las alzas a la gasolina no es culpa del despachador, ni la culpa de las constantes interrupciones a la vida tranquila para ofrecer algún seguro inútil o una novedosa y colorida tarjeta de crédito del molestísimo empleado de telemercadeo para Bancomer es culpa suya; cada uno de ellos está haciendo su trabajo. la culpa es de la persona que cree que el telemercadeo insistente y sin garantías es la mejor manera de vender instrumentos de crédito a las personas. los mismos que creen que abrirle las puertas de la casa y recibirlos en la cocina no es razón suficiente para hablar y proponer un trato con naturalidad, sino, al contrario, se debe imponer un ambiente televisivo, pues claramente funciona con los informerciales de todo el día y toda la noche. 

pero si alguna vez, querido lector, recibe la llamada para la primera visita, no vaya a privarse de la experiencia que estoy narrando simplemente por mis comentarios. yo soy de los que cree que todo debe vivirse primero.
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