lunes, 26 de enero de 2015

lunes encamisado

cuando era yo más joven, me disgustaba en serio usar camisa. se me hacía increíblemente incómoda y sinónimo de adultez. sólo durante ocasiones muy especiales me ponía una, y en la época de mucho crecimiento normalmente ya no me quedaba para cuando hacían ponérmela de nuevo. pero las cosas han cambiado, probablemente gracias a que conseguí unas camisas que eran más cómodas, mucho en parte a los halagos que recibía cuando me ponía una -la mayoría en forma de insulto sutilmente velado- pero más que nada porque es necesario llevar una camisa para hacer gestiones. por eso compré unas varias al empezar el año y mi papá me regaló unas nuevas hace no mucho. me gustaron tanto algunas que ahora que adelgacé las mandé al sastre para que me quedaran bien, porque me acomodan y me gustan. entonces, entre que diario tengo que visitar alguna dependencia o empresa o institución y he ido incluyendo las camisas más y más en mi guardarropa, es bastante frecuente verme ahora con camisa, en un día cualquiera, incluso en la escuela.

digo esto porque cada vez que sé que voy a verte y he decidido salir de la casa bien encamisado, me aseguro bien seguro de llevar el cuello de la camisa perfectamente chueco, para adentro en algún lado, salido o metido, al revés. no creo que seas la única que se da cuenta, pero eres la única que hace algo: cuando me ves, caminas derecho hacia mí, nunca me volteas a ver, nunca dejo de mirarte. arreglas el cuello sin decirme nada, sin trabajo, sin hacer ni un movimiento complicado de más o de menos, sin quitar la vista de la camisa. terminas y sigues tu camino.

si nada más, esto basta.



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