martes, 22 de enero de 2013

martes de cuentito y divorcio

a nadie sorprendió el divorcio de Matilda y Gonzalo. no a sus padres, a quienes casi nunca les contaban de su vida, no al padre que confesaba a Matilda con irregular frecuencia, no a los alumnos de Gonzalo de los últimos dos ciclos escolares ni a sus colegas y ciertamente no a sus vecinos que más de una vez los habían visto pelear espiando interesadamente desde su ventana. a menos que adoptásemos una visión más heracliteana de la vida, su divorcio definitivamente hubiera sorprendido a los Matilda y Gonzalo de hace seis años, nueve meses, tres días, en medio de sus vacaciones en una pequeña cabaña rentada en la sierra cercana a Monterrey y la idea jamás cruzó la cabeza de los Matilda y Gonzalo de hace once años, ocho meses y veinte días, cuando ambos se tomaron como marido y mujer, respectivamente; sin embargo, hubiera sido algo imposible de imaginar para los Matilda y Gonzalo de hace treinta y dos años, cuando ella terminaba el jardín de niños y él estaba por empezarlo. este sería un buen momento para tomarse un segundo y reflexionar qué podría estar haciendo su futura pareja. 

no siendo, pues, el caso del triunfo de Heráclito sobre sus contemporáneos -especialmente Parménides-, sostengo que a nadie sorprendió el divorcio de Matilda y Gonzalo. dice Bajtin que nos concebimos como un continuo, pero al otro siempre ya definido, estático. por eso nosotros entramos y no entramos en los ríos, pero el otro es siempre ése que no quiso entrar al río aquel hermoso día de verano cuando andábamos de vacaciones por el sur.

la separación había sido algo similar a un acuerdo mutuo, si es que tal cosa alguna vez puede darse. el enamoramiento bajo el que casi todas las parejas contraen matrimonio y la muy parecida situación económica entonces, los motivó a ni siquiera considerar los bienes separados y por eso ahora deben dividir su patrimonio a la mitad, para que ella conserve la mitad más grande y él, lo restante según lo estipula la ley. aunque de verdad lo quisieron y en otras circunstancias no sería la palabra correcta, afortunadamente nunca tuvieron hijos y ambos tuvieron empleos estables durante todo el matrimonio, por lo que no había que considerar pensiones sino únicamente su patrimonio que, como nunca tuvieron hijos y ambos tuvieron siempre empleos estables, no era pequeño.

acordaron que Matilda conservaría la casa donde hasta entonces ambos habían vivido para que Gonzalo tomara posesión del pequeño departamento cerca del centro, que compraron de recién casados y todavía estaban pagando. quedaron que de las ocho semanas al año que les correspondía la casa de playa, a cada uno le tocarían cuatro: una en temporada alta, una en temporada media y dos en temporada baja. por último, el terreno que tenían en la salida a México sería vendido y el dinero repartido en partes iguales; establecieron un plazo de tres meses durante el cual, cualquier de ellos podría decidir conservar el terreno y tendría que comprar la otra mitad respetando el precio por metro cuadrado que pagaron originalmente.

con los autos no hubo problemas: cada quien tenía el suyo desde tiempo antes. la posesión de la casa incluía los muebles y electrodomésticos de su interior, exceptuando la ropa, artículos de higiene personal, los cubiertos de plata, ciento sesenta y cuatro libros, una computadora, tres revistas escondidas, una foto y el exprimidor de naranjas; además, Matilda quiso conservar todos los suéteres de Gonzalo y Gonzalo aceptó porque esto ocurrió durante el verano.

el mayor problema quizás fue la línea telefónica: la compañía requería tantos y tan complicados trámites y papeles que lo mejor fue conservar el número y la línea, incluso si nadie lo usaría. por algunos meses al inicio de la separación, se reunían para ponerse al corriente bajo la excusa de pagar el teléfono; después, ambos domiciliaron el pago a una tarjeta de crédito para no verse de nuevo.

cuando llegó la hora de dividir las memorias, Matilda expresó su interés en una división tajante, por lo que pidió quedarse con todos los malos recuerdos, que incluían las veces que Gonzalo la llamaba Matilde, los breves periodos de dificultades económicas y muchos sábados por la noche encerrados en casa sin hablar; Gonzalo obtuvo lo buenos recuerdos y, como material de reflexión, quisiera destacar que esta división no es mutuamente excluyente, pues Gonzalo recordaba con gusto situaciones que a Matilda le dolían sin remedio. incluso, todavía años después del divorcio, algunas de las memorias fueron cambiando de dueño.

algunas palabras quedaron como propiedad exclusiva de alguno de ellos, bajo la condición de que sólo sintagmas nominales podrían reclamarse como propios o prohibidos. enlisto brevemente Noche estrellada, Tregua, Caramelo de limón, Cigarros mentolados y Yegua blanca. 

decidieron no respetar los donativos, expropiaciones y conquistas corporales, pues de nada le servía a Gonzalo conservar en alcohol los pechos de Matilda que declaró como suyos ni los ojos o piernas que le fueron regalados; de misma manera, para que Matilda pudiera reclamar la propiedad de los brazos de Gonzalo, tendría primero que aceptar entregar al menos sus manos. con los órganos vitales la situación era claramente más compleja, considerando especialmente que no eran compatibles para transplantes o que un corazón del tamaño de Matilda no podría bombear la suficiente sangre a las extremidades de Gonzalo, sobre todo porque estarían en posesión de Matilda misma.

la ciudad se partió casi como Berlín, estableciendo fronteras infranqueables para ambos y lugares seguros donde uno de ellos no podía aparecerse bajo ninguna excusa. se decidió compartir el uso de las vías rápidas aunque se estableció un horario; cada uno conservó un parque y un centro comercial y no hubo restricciones sobre hospitales ni oficinas de gobierno. el resto del país obedeció una suerte de analogía con la supuesta -aunque en este caso concreto, inexistente- fertilidad de la mujer y la Mesoamérica marcada en el libro de Historia y Geografía de quinto año de primaria. así pues, Gonzalo tendría que renunciar a su sueño de conocer Buenos Aires, pero Matilde nunca podría viajar a Nueva York. según Matilda, Aridoamérica iba bien con el carácter de Gonzalo. se vieron tentados a dividir al mundo por hemisferios o meridianos, pero prefirieron sortearse los cuatro colores necesarios para colorear cualquier mapa, y usaron el que venía en la National Geographic de septiembre del año anterior. era muy complidado quedar contentos con una división al azar, pero no querían perder más tiempo en ello. acordaron no influir de manera alguna en los territorios sobre los que ejercerían propiedad para mover la política o economía internacional en perjuicio de las naciones que el otro había recibido.

quedaba sólo pendiente el asunto de las estrellas y la Luna. a excepción del Sol, cuya propiedad sería siempre compartida, aceptaron una sugerencia para utilizar el plano imaginario que describe el Ecuador de la Tierra como frontera: en todo momento, las estrellas que se encontraran en el espacio del mismo lado del plano que el Polo Sur serían propiedad de Matilda, las demás de Gonzalo. la Luna no se discutió pues siempre fue de Matilda.

quienes suscribimos este documento, damos fe del acuerdo y deseamos lo mejor.


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