sábado, 5 de enero de 2013

sábado estíritu, profesionalización y prostitución

me han dicho -nunca me ha tocado- que en las coordinaciones de la Olimpiada Mexicana de Matemáticas, hay profesores que argumentan el problema de su alumno apelando al espíritu de la Olimpiada. en general, casi todos los que estamos estrechamente ligados a la Olimpiada sabemos de cierto espíritu, ponemos mayúscula para escribir de ella y casi siempre parece que es una suerte de deidad a la cual rendimos tributo y agradecemos los dones. yo no sé de cierto qué entiendan ellos por el espíritu de la Olimpiada y no podría resumir lo que entiendo yo en versículos breves. lo que sí estoy seguro es que acá en San Luis creemos que nadie tiene más espíritu olímpico que nosotros -finalmente, para todo fin práctico no es relevante si eso es cierto o no sino que así creemos. 

hay tanto que quiero decir en esta reflexión olímpica que no tengo claro por dónde empezar. soy el delegado de la Olimpiada Mexicana de Matemáticas por San Luis Potosí desde que terminó la XXI OMM en Saltillo, con nombramiento y todo. tenía entonces diecinueve años y muy poca idea de en qué me estaba metiendo -yo sé que hay otros delegados jóvenes en el país como Colima o como en Guanajuato donde los encargados son jóvenes pero siento que, en general, no tienen la carga de lo económico. en ese encuentro llevé el rol de delegado e hice todo mal: inscribí a mi delegación en desorden lo que ocasionó problemas en la premiación y en los resultados y diplomas, me cambié de hotel, incribí profesores acompañantes el mismo día de inicio, encontraron a mis chavos robando mantas, nos aventaron con ropa el día de la foto y, por si fuera poco, quedamos en lugar dieciocho. sin embargo, llevo ya dos años iniciando el curso de verano diciendo que están entrando a uno de los mejores programas de Olimpiada del país y, a diferencia del espíritu, esto no importa si lo creen o no, pues finalmente es cierto: en las cinco olimpiadas que he sido delegado, hemos quedado en sexto, tercero, onceavo, cuarto y tercero. esto nos convierte en el quinto mejor estado: veintiocho de los treinta participantes han obtenido medalla, ocho han sido de oro. además, fuimos anfitriones durante la XXV OMM y por cuatro años consecutivos, un olímpico ha obtenido el Premio Estatal de la Juventud.

el equipo que iniciamos esto teníamos poca experiencia: medallistas de bronce para abajo -con contadas excepciones. no teníamos apoyo institucional serio -y todavía no siento que lo tengamos. éramos unos jovenzuelos desconocidos. ya no tanto. tristemente, al momento de hablar de apoyos, las delegaciones se enfrascan en un concurso de quién recibe menos. sé que es el caso de muchos pero nosotros no recibimos nada. cuando inicia el ciclo olímpico, nuestro presupuesto asciende a cero pesos que es verdaderamente poco pero ha terminado por ser casi suficiente: hay instituciones que nos han apoyado casi cada vez que se los pedimos: la Facultad de Ciencias de la UASLP, la Prepa Tec, el Cobach, la Secretaría de Educación y algunas Secundarias Generales. los únicos que nunca nos han fallado son los chavos y sus papás. y por eso presumimos nuestro espíritu. 

cuando llega la hora de aplicar exámenes o dar entrenamientos descentralizados, viajamos todos en mi coche pequeño, durmiendo donde podamos; en algunos casos, el aplicador tiene que pagar su camión de unas diez horas para aplicar el examen de cuatro y regresarse. está bien. a estas alturas, no nos importa. nuestro compromiso y nuestra pasión por todo esto rebasa esos problemas; el dinero sale de mi bolsa, de la de cada uno o de la de sus padres casi siempre. no voy a mentir: probablemente es el caso por mi propia ineptitud para solicitar los recursos a las instancias correspondientes. 

lo que entiendo por espítitu olímpico y el centro de mi presunción puede resumirse fácilmente: durante los últimos tres años, durante una semana, los seis que forman la delegación hacen un viaje a Guanajuato para entrenarse con gente que los entrenadores locales consideramos mucho más preparados. quienes los entrenan lo hacen de buena gana, porque esto les encanta igual que a nosotros y no piden nada a cambio. el dinero para el viaje y estancia a veces lo pone la escuela, a veces los papás: todo el presupuesto se mezcla y a todos les toca igual. duermen en mi casa -que nunca es sólo mía- más o menos amontonados: dos en mi cama, dos en colchonetas, dos en un colchón inflable. comparten con los habitantes locales un único baño -este año para once- y aceptan comer lo que haya: quesadillas, chococrispis, comida de la fonda -ahorramos para una última y fastuosa cena. trabajan a sesión doble y andan haciendo tareas o hasta proyectos finales: saben que regresando les toca la chinga de ponerse al corriente y adelantar porque volverán a faltar pronto por el nacional. no es que menosprecien la escuela o la familia en favor de la Olimpiada, es que escuela, familia, alumno y delegación todos hacen un esfuerzo para facilitar las cosas, para que disfrute, para que aproveche. 

sin embargo, la exaltación de este grandioso espíritu me parece la culpable de retrasar un proceso que es natural en toda competencia y al que me referiré como profesionalización. no hay otra manera de decirlo: nuestra Olimpiada es un concurso amateur en donde se ha llegado incluso a satanizar el profesionalismo. nuestros atletas -la mayoría de muy corta carrera- no reciben ninguna compensación ni premio económico por su esfuerzo, una beca en su escuela y a veces ni siquiera reconocimiento, difícilmente se les abre camino en el resto de su vida académica por sus logros en la competencia porque casi ninguna universidad persigue a los participantes para reclutarlos como alumnos; algunos aspiran -es el caso de San Luis- a obtener el Premio Estatal de la Juventud -o algún similar- pero es un reconocimiento individual que no puede alcanzar más de uno por estado por año. pueden seguir una vida como entrenadores pero eso también es una actividad amateur todavía más marcada: profesores y administrativos que dedican buena parte del año a enseñar matemáticas a jóvenes no sólo sin esperar sino además muchas veces sin poder pedir una compensación -un buen curso de verano podría hacer que un alumno se aburra durante toda su secundaria- regalando un trabajo y talento impresionante; esto es la definición de un hobbie: naturlamente su participación depende de una actividad que sea la generadora de sustento económico y experiencia en gestión, compromiso, pasión y capacidad didáctica se desperdicia u opaca. nadie puede vivir de la Olimpiada y por eso es que muchos tienen que dejarla. 

la presión por mantener esta calidad de amateur funciona en perjuicio de las delegaciones donde hay más trabajo y más talento: sinceramente, hay delegaciones donde no se tiene hoy día el nivel o trabajo para aspirar al profesionalismo, pero en donde sí, siempre hay gente que repite frases como "el dinero va contra el espíritu olímpico", "los entrenadores perderían su vocación de servicio si esperan una compensación"; paralelo a la difícil situación económica de muchas delegaciones, reina una idea negativa de la influencia del dinero que prostituiría nuestro espíritu. somos un programa público sin fondos estatales garantizados, sin participación de la iniciativa privada, sin cuota de inscripción, abandonado a la buena voluntad, compromiso, pasión y capacidad económica de quienes aceptaron organizarlo. ¿cuánto se le puede exigir a amateurs?

¿quién debería pagar? no sé, todos. tenemos que salir del llano al que nos hemos obligado. siento que la reflexión termina incompleta porque sigo sin dar mi visión de cómo salir de ahí, cómo mejorar. eso lo haré pronto, espero.


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