domingo, 23 de marzo de 2014

domingo domingo domingo

uno puede encontrar silencio incluso en un lugar tan ruidoso y concurrido como la Facultad de Ciencias de una Universidad pública, aunque sea en periodos cortos y esporádicos, más o menos cada veinte minutos después de la hora. sentado a la orilla del salón, pegado a la puerta o la ventana, uno puede escuchar sonidos bastante característicos: los cenzontles que viven escondidos en los árboles por la cancha y antes de medio día nos recuerdan las casas de nuestras abuelas, los alumnos del salón vecino que no saben mover sus bancas sin arrastrarlas como buscando petróleo, el cilindro de la puerta del Laboratorio de Matemática o el ruido de la jovencita que camina arrastrando sus zapatitos como pantuflas y reconozco y volteo a la puerta con una sonrisa mal disimulada por poder adivinar a una persona con una cosa tan trivial y tener razón y sólo crear un momento medio incómodo, con mi sonrisa mal disimulada, volteando a la puerta cuando pasa arrastrando sus zapatitos como pantuflas.

en la juventud es bastante común confundir la poesía con amenazas: qué bonita acepción moderna la de amor platónico donde la decisión es tomada unilateral e irremediablemente: Somos el uno para el otro aunque tú no me conozcas, Somos dos mitades de la misma fruta aunque no te hayas dado cuenta, Estamos destinados a estar juntos aunque tú no lo quieras. con la edad, uno aprende a pensar dos veces: no deberías escribir sobre ella algo que no puedas escuchar en la voz de un juez federal; así, en lugar de No quiero nada más, no quiero nadie más, sólo quiero estar donde tú estás, recomiendo algo como Quisiera la oportunidad de conocerte y, si me lo permites, pasar una cantidad legalmente aceptable de tiempo contigo; en lugar de escribir que Te veo en todas partes y te sigo con la mirada y te pienso y te imagino todo el día, podrías simplemente decir Me gustas.


uno confunde esperar con esperanza pero siempre es más fácil decirlo desde afuera. debe ser eso: la edad y la depresión clínica te ayudan a poner las cosas en perspectiva; cierto, quizás no sea la mejor de las perspectivas. me siento mucho menos valiente pero más deseoso de tomar riesgos; hay más cosas que quisiera hacer pero tengo menos voluntad para levantarme. desde acá uno sabe que las cosas terminan así que las promesas tienen un sabor distinto y las emociones tienen vida propia.

no hay nada aquí pero qué bien se siente.

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