la cosa con las puertas abiertas es la duda, es la emoción. no es que yo quiera salir, sólo quiero ver qué hay afuera. la cosa con las puertas abiertas es que me ponen ansioso, como si me estuviera perdiendo de algo. no puedo quitar la mirada de la puerta abierta, no dejo de pensar en la puerta abierta. saber que hay una salida cambia la perspectiva, como si tuvieras que sentarte a repensar tu vida, a revaluar tus prioridades. es eso curioso que tiene lo desconocido, lo emocionante que tiene lo nuevo, la adrenalina que regala el miedo.
la cosa con las puertas abiertas es que a veces las abre uno. es otra de esas cosas que hacemos nada más porque podemos: a veces es cuestión de pasar y ver la puerta y verla ahí y cada día pasar un poco más cerca y cada día jugar con la manija y ver si cede casi como por accidente y cruzar y del otro lado sólo pensar en cruzar de regreso. siempre estás del lado equivocado de la puerta pero puedes ver por la rendija.
la cosa con las puertas abiertas es que rara vez son puertas; son metáforas. es la sonrisa sencilla y grande, la risa sin pena ni freno, la mirada. la puerta es el recuerdo perdido o la visión anhelada o algo igual de profundo y ridículo: es la excusa, la salida, lo perdido y -sobre todo- las ganas de perderse.