en mis largos y constantes viajes por el mundo educativo, tratando con profesores desde primaria hasta universidad, de todas partes de México, de todas edades y futuros, de todos orígenes -normalistas, universitarios, improvisados- y géneros, he escuchado con mucha frecuencia una queja que no termino de entender.
yo, por ejemplo, defiendo que el primer fallo de la educación pública en nuestro país son los salones sobrepoblados, es decir, la insuficiente y grosera infraestructura educativa. y soy el primero en ponerme detrás de cualquier profesor cuando se quejan sobre lo imposible que es enseñar en esas condiciones. una segunda queja de los docentes suele ser lo amplio del programa y lo apretado del horario; ésta la entiendo pero no soy ya tan creyente: las recientes reformas de educación primaria y secundaria ponen el "programa" más como una sugerencia, ya no hay un orden estricto, cronológico y esto depende de la labor del docente -que por eso, en muchos casos, los deja indefensos. muchos han tomado esto último mal y, por ejemplo, me tocó escuchar a un profesor quejarse que su libro para el profesor era "obsoleto" porque no sigue el programa y tiene que "estar buscando por todo el libro" el siguiente tema que le toca enseñar.
evidentemente, el docente promedio no se queja del bajo nivel del docente promedio en el servicio público -y también, pero de manera más discreta- en la educación privada. (sucede que cuando uno piensa en "escuela privada" a veces piensa en los grandes colegios de abolengo y tradición; sin embargo, existen miles de escuelas privadas patito que ofrecen pocas ventajas sobre una escuela pública.) aunque sí, muchos docentes se quejan de la evaluación a la que son o serán sujetos, evaluación que, afirman, no puede reprobarlos porque no toma en cuenta un millón de factores.
no, la queja más popular entre los docentes actuales (¡oh dulce ironía!) es: no puedo enseñar porque ya no puedo reprobar. las recientes reformas -con ayuda o presión de las instituciones internacionales del dinero- premian la eficiencia terminal y, con tal de cumplir, nuestro país parece haber caído en una muy práctica versión del No child left behind que consiste en no reprobar a nadie. los docentes dicen que la calificación mínima es ya aprobatoria y que, cuando asignan una reprobatoria, el director modifica la boleta y listo; dicen que así no es posible educar. (mi profesor de Prácticas Docentes va tan lejos como para afirmar que en cinco años veremos el fracaso de la educación pública porque nadie aprende nada ya porque no podemos reprobar a nadie en ningún lado.) muchos profesores, en un tono casual y sincero, dicen que esto es problema porque "el chico ya sabe que no reprueba y por eso no se esfuerza".
vamos a tomarnos un minuto para pensar en esta queja: aparentemente, la posibilidad de reprobar es condición necesaria para la educación. esto lo defienden profesionales de la educación que no dudarían en afirmarse como anti-conductistas, en profundo rechazo de esos medios tan tradicionales y obsoletos. (esta gente, por cierto, evidentemente no se ha tomado la molestia de estudiar el conductismo siquiera en Wikipedia y suelen resumirlo en "la letra con sangre entra"; lo rechaza porque -irónicamente- ha sido condicionada para rechazarlo: rechazarlo es la respuesta correcta que han aprendido.) he escuchado esto de profesores en activo, de futuros profesores en normales y universidades, de profesores que llevan apenas uno o dos años en secundaria, y, mucho más preocupante, de profesores en escuelas normales y universidades.
creer que es imposible enseñar sin la posibilidad de reprobar es consecuencia de un sistema que gira alrededor de la evaluación: los alumnos tienen exámenes mensuales, bimestrales, semestrales, finales, cuando no además semanales, el quiz del viernes, la tarea diaria, el proyecto, el portafolio, la asistencia, el uniforme, la cooperación, la participación; nuestro sistema parece mucho más preocupado por evaluar -calificar, en muchos casos- que por enseñar. entonces sí, cuando lo que toma más tiempo en el año escolar es "evaluar" y, repentinamente, esto ya no se usa para amenazar, para condicionar, para negar, es natural que parezca que ya no tiene sentido. "¿Para qué califico si ya no puedo reprobar?", se preguntan los profesores que de chiquitos se preguntaban para qué tiendo mi cama si se va a volver a destender.
la cosa es que evaluar para tomar una decisión administrativa es la última de las funciones que debería tener la evaluación educativa -aunque es la más famosa-. ¡qué bueno que ahora pasen todos! eso quiere decir que ya no tengo que evaluar para decidir si pasan o no, puedo dedicar la evaluación para diagnosticar y formar a mis alumnos: para ver si están entendiendo, para enseñar desde la prueba. ahora: ¿por qué esto lleva a los alumnos a dejar de preocuparse por pasar? porque ya no se preocupaban desde antes, porque la educación les ha fallado desde chiquitos, porque no van a la escuela a aprender, van porque tienen que ir, porque es un trámite de al menos nueve años tirándole a quince. y, con estas quejas, estamos mostrando que los profesores tampoco vamos a la escuela a enseñar, vamos a mostrarle a esos ingratos quiénes tienen la autoridad.
¿se puede enseñar sin tener que aprobar/reprobar? sí. claro que sí. y se hace igual, por cierto.